La luz del candil dejó de alumbrar parte de la casa antes de las nueve de la noche. A esa hora Rosita y sus dos hermanitos deben irse a la cama por orden del padrastro, a quien ella le dice el “monstruo”, porque para ella eso es: el rostro del diablo.

El viento soplaba fuerte en plena canícula de julio, haciendo rugir las ramas de los árboles en la penumbra. Los grillos cantaban y el aire cálido se mezclaba con el escalofrío que nuevamente Rosita empezaría a sentir recorrer su cuerpo.

Sus hermanitos se adormecieron rápidamente gracias al cuento que ella les relataba cada noche. Esa fábula les fascinaba, era sobre una princesita que podía volar por las noches y traía las mejores comidas y dulces a sus hermanos empobrecidos; era un cuento que ella misma se inventó.

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Rosita parece de 18 años por su madurez al hablar y razonar, pero la vida apenas le había alcanzado para vivir 11 años en total.

Su mamá estaba internada desde hace meses en el hospital debido a una golpiza que su nueva pareja le propinó sin importarle su estado avanzado de embarazo. “Me caí en la quebrada cuando iba a lavar ropa”, fue la excusa que su mamá ingenió cuando la remitieron primero al centro de salud de su comunidad La Laguna, que dista a casi hora y media del pueblo más cercano, San José de los Remates en Boaco.

Y pese a que los médicos se mostraron rehaceos a la versión de la mujer, no tuvieron otra opción que practicarle una operación de urgencia para extraer al bebé que había nacido antes de tiempo.

Entonces, el padrastro de Rosita se quedó en casa con ella y sus hermanos menores, “cuidándolos” mientras la madre se restablecía.

“El monstruo de la noche”

Rosita sabía que el “monstruo” la visitaría pronto, por eso se apuraba en dormir a sus hermanos, no quería que presenciaran la llegada de un espectro con forma de hombre, a quien ella pensó en un inicio podría decirle papá.

El abuso empezó cuando ella cumplió los 10 años de edad, fecha que coincidió con la llegada de él al seno familiar.

El padre de Rosita los abandonó cuando nació su último hermano, en ese entonces ella apenas tenía 7 años y tiene pocos recuerdos de él.

El monstruo llega cada noche a perturbar sus sueños y bajo amenazas le acostumbra a surrurar al oído que ella debe jugar el papel de su madre, y por eso “todo estaba bien”.

Rosita no sabe cuántas veces deseó gritar, salir corriendo y dejar de sentir el terror que su padrastro le provocaba cuando la tocaba y hacías cosas que solo dos adultos pueden hacer, pero el miedo a dejar a sus hermanitos y a que su madre no le creyese que era abusada sexualmente por su padrastro, la mantuvieron cautiva en un hogar donde gobernaba un monstruo.

Víctimas del silencio y el miedo

Entre 2017 y 2020, en Nicaragua llegaron a la Policía más de 18 mil denuncias de violencia sexual, más de 12 casos al día. Pero solo se llevó a juicio el 19%, sin que esto garantizara una condena para los agresores.

Fallos en la recepción de denuncias, demoras en la captura de sospechosos y decisiones politizadas se conjugan en un sistema judicial que deja sin justicia a miles de víctimas, entre ellas Rosita (anónimo).

De acuerdo a la socióloga Elvira Cuadra, al menos desde 2018, la violencia en contra de las mujeres, especialmente niñas y adolescentes, se ha reconfigurado en Nicaragua.

“Ello tiene que ver con dos factores de influencia: la política de violencia estatal que ha prevalecido sobre la sociedad nicaragüense desde entonces y los efectos de la pandemia por el Covid-19”, afirmó Cuadra a Darío Medios.

Para la socióloga, esos dos factores actúan en un contexto en el que existe un sistema de estructuras que tiene como función principal reproducir distintas formas de violencia hacia las mujeres.

“Este sistema se refuerza cuando el Estado deja a las mujeres en situación de desprotección al no aplicar las leyes y por la inoperancia de las instituciones encargadas de prevenir la violencia”, añadió.

Por otra parte, desde 2018, cuando el Estado mismo se convirtió en perpetrador de violencia política, “eso dinamizó otras formas de violencia contra las mujeres. Tal es el caso de la violencia sexual, especialmente en niñas y adolescentes, porque además, se ha impuesto una práctica de impunidad en la que los agresores no son castigados”, alertó Cuadra.

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Cabe destacar que, en el primer semestre de 2023, 2,268 niñas fueron abusadas sexualmente, según datos de Medicina Legal en Nicaragua. Pero la cifra podría ser mayor, pues al igual que Rosita, muchas niñas y niños abusados por alguien cercano al círculo familiar se encuentran en el baúl del silencio.

Ante ello, la socióloga recomienda a quienes sospechan de algún abuso contra un menor a proceder con la denuncia, proteger la integridad del niño y brindarle ayuda psicológica pertinente.

En tanto, Rosita se levanta todos los días con la esperanza de que su tormento acabe pronto. Anhela que el monstruo cerca de ella se esfume junto con el humo del candil cuando es apagado y así poder elevar sus alas y volar libre por la intensidad del cielo, para luego regresar y hacer justicia por todas las niñas que sufren el mismo dolor, también desea terminar la escuela primaria y llevarse lejos a sus hermanos, a un lugar donde no exista maldad.