Había un murmullo de desdicha en el aire. Desde la noche anterior, un viento de inseguridad recorría las calles, chiflando entre las casas y edificios, metiéndose por las ranuras de puertas y ventanas. “Es el verano instalándose con fuerza”, pensó Karina Torres para despejar malos presentimientos de su mente, esos que su abuela tuvo antes de morir de dengue y que ella creyó haber heredado, pues a mediados de abril de 2018 habían empezado los primeros repiques de descontento social en su ciudad. Decirse a sí misma que el calor de la época era la razón de esa incertidumbre en el ambiente, era una forma también de darse ánimo, más no podía culpar solamente al aire por la opresión que sentía en el pecho y que jamás había experimentado antes.

El temor era un hedor de cuerpo putrefacto que Karina llevaba impregnado en el olfato, ni el perfume ni la crema de cuerpo con olor a vainilla lograban mitigarlo. Esa mañana el olor del miedo sacudido por la ventisca le impedía respirar, se sentía mareada y con náuseas. Rápidamente recordó el consejo de su abuela de untarse VapoRup debajo de la nariz para controlar el desmayo. Ese día llegó a tiempo a su centro de trabajo. Sus colegas periodistas corrían de un lado a otro con frenesí, cosas que solamente ocurrían cuando una noticia de impacto estaba recién salida del horno. Lejos estaba ella de imaginar que ese día sus presentimientos cobrarían vida. No muy lejos de su cubículo, oyó la voz de su jefe de prensa, esta vez gritando su nombre.

“Karina, te toca ir a cubrir una protesta. Espero que no andes de tacones por si te toca salir corriendo”, le advirtió.

“¿Corriendo?” se preguntó ella desconfiada y con una extraña corazonada que le turbó la mente.

Por dicha, ella siempre tenía unos deportivos debajo de su escritorio en caso de salir a reportar este tipo de eventos. Se los puso, se hizo una cola de caballo y se subió al vehículo junto con su camarógrafo. A medida que el carro avanzaba en el tráfico pesado de la tarde, la opresión en su pecho aumentaba y por su mente pasaban imágenes blancas y oscuras, como si la muerte y la vida peleasen una guerra de nunca acabar.

Entérate más: ¿CÓMO SOBREVIVEN EN NICARAGUA LOS PERIODISTAS MARGINADOS POR ORTEGA?

Al llegar, observó una estampida de jóvenes, huían de los disparos y gases lacrimógenos lanzados por agentes policiales. Estaba frente a la Universidad de Ingeniería, pero en realidad se sentía en un campo de guerra. Sin chalecos antibalas, ni casco protector ni máscara antigás, más que su micrófono en mano, Karina corrió hacia un establecimiento donde halló a varios estudiantes escudándose de las balas y preparándose para salir a defender lo que para ellos era su derecho: alzar la voz contra el anuncio gubernamental de aplicar aumentos en las cargas a los trabajadores y empleadores del Instituto Nicaragüense de Seguro Social, en su mayoría ancianos. Estando ahí, ella debía también realizar lo que mejor sabía hacer: periodismo.

El ruido de los disparos, el humo tóxico apoderándose del aire, dejándolo casi invisible a los ojos hacía todo más difícil, pero se armó de valor y empezó a entrevistar a algunos protestantes, que a los minutos empezaron a enfrentarse con las fuerzas de seguridad comandadas por el gobierno sandinista. En las grabaciones quedaron registradas agresiones a manifestantes y periodistas, incluyéndose ella en esa lista.

Ese día jamás lo olvidará. Recuerda verse corriendo mientras los agentes policiales golpean a unos estudiantes con sus rifles y ella en medio del ataque. Sintió un golpe en la cabeza, luego patadas en su cuerpo. A las horas despertó en un centro hospitalario con su cabeza vendada y moretones en brazos y cuello. Sin saberlo, había además tenido un aborto prematuro. Estuvo en reposo por algunas semanas, viendo desde la cama el desarrollo de un revuelo nacional, comparando el asunto con la pelea entre el pequeño David con el gigante Goliat; comiéndose las uñas para ver el desenlace de esa batalla desigual.

A pocas horas de ser dada de alta, los presentimientos la volvieron a anegar, y no era de menos sentirse de esa manera, ya que, al llegar a su casa, sus padres y hermano menor la recibieron con lágrimas rodando en sus rostros; no era un llanto de alegría sino de tristeza, de resignación.

“Pensé que les alegraría mi restablecimiento y retorno”, les achacó, pero ellos tenían una noticia más dolorosa que darle.

Escuchó atenta. Las pupilas se le dilataron. No podía creer que durante su recuperación a su casa habían llegado mensajes anónimos, notas que dejaban un claro mensaje: si volvía a cubrir una noticia sobre las protestas o hablar en contra del gobierno y sus autoridades, la encarcelarían, le recetarían “plomo” a ella y a su familia por revoltosa, por cometer “terrorismo” y “traicionar a la patria”.

Debido a ello, las oficinas de su trabajo cerraron y recibió una modesta suma de dinero que usaría para emigrar. No supo cómo procesar todo lo que le ocurría, solo deseaba respirar, no sentir ese dolor que no dejaba de oprimir su pecho. Finalmente, por sugerencia de sus padres decidió salir del país. Atrás iba quedando el olor a café de las mañanas degustado con sus amigos, el calor de verano y lluvia fresca de invierno, también se desvanecía el cono humeante del Momotombo y el espejo de agua del Xolotlán se tornaba en una ilusión desde lo alto.

“El exilio”

Las horas en San Salvador parecen correr más lentas que en Managua, pero el tibio amanecer la hace sentir cerca de su tierra. A los lejos una enorme montaña le recuerda al volcán guardián del lago de su ciudad natal. Todo le recuerda a su amada patria, pero ahora respira con mayor tranquilidad y su familia puede visitarla. Se siente afortunada a pesar de todo lo vivido a sus cortos 28 años.

Logró aplicar a un permiso de trabajo que no tardó ni 4 meses en ser aprobado y casi enseguida consiguió empleo en un periódico local.

“Pudieron sacarme de mi tierra, pero jamás silenciar mi voz”, es el lema que Karina repite cada día, esperando que la democracia vuelva a su país y la libertad sea como los zanates que cantan en los bosques y ciudades sin que nadie los silencie.

Mira hacia el cielo y le pide la bendición a su abuelita. Se siente afortunada en una nación ajena a la suya, donde los lagos y volcanes se funden en un paisaje que la transporta a cada momento a su amada Nicaragua, la tierra a la que un día volverán sus hijos que nunca quisieron abandonarla, pero fueron obligados a divagar por el mundo tras alzar su voz por la libertad.

“No pudieron callarnos: el lema de La Prensa en su 98 aniversario”

En paralelo a esta maravillosa historia de Karina, el diario La Prensa, confiscada y cerrada por la dictadura Ortega-Murillo, sigue activa en digital y redes sociales y producto de su esfuerzo, y en abierto desafío a la dictadura, organizó una edición especial diseñada en formato PDF para celebrar su aniversario.

El ejemplar digital se acompaña de 16 páginas, con reportajes, crónicas, noticias actualizadas y un impresionante reportaje principal titulado “Así hundió Ortega a Nicaragua en una dictadura totalitaria”.

“Hoy agradecemos sinceramente tu continuo apoyo y confianza en nuestro periodismo a lo largo de los últimos 98 años. Tu compromiso ha sido fundamental en nuestra lucha y nos llena de gratitud que hayas estado con nosotros en cada paso del camino”, agradeció el gerente de La Prensa, Lorenzo Holmann arrestado y condenado por el régimen a sus suscriptores.

Entérate más: PERIODISTA JOSELIN MONTES: «MI LIBERACIÓN ES UNA VICTORIA DADA POR DIOS»

Dato relevante: De acuerdo con el observatorio de PCIN, que trabaja de la mano con otras organizaciones sociales, al menos 242 periodistas nicaragüenses han salido de Nicaragua desde el año 2018, cuando comenzaron las protestas contra el gobierno sandinista.

PCIN, integrado por periodistas nicaragüenses, contabiliza que solo en 2023 se registraron al menos 83 casos de agresiones a la libertad de expresión y señala como los principales agresores a varias entidades estatales, como la Policía Nacional, dirigida por Francisco Díaz, funcionario sancionado por Estados Unidos por violaciones a los derechos humanos.