Javier Milei ha iniciado formalmente el desguace del Estado argentino. Rodeado de sus ministros, el presidente de ultraderecha presentó el miércoles un decreto de necesidad y urgencia que deroga leyes, elimina decenas de regulaciones estatales, habilita la privatización de empresas públicas como la petrolera YPF y abre la puerta a las operaciones en dólares. También da el puntapié inicial para flexibilizar el mercado laboral y el sistema de salud. Las nuevas normativas ya están en vigor y sólo pueden ser rechazadas por el voto negativo de las dos Cámaras legislativas o, en forma parcial, por fallos judiciales.

En un discurso leído de 15 minutos, Milei enumeró 30 de las cerca de 300 reformas que contiene el texto que se publicó este jueves en el boletín oficial. Entre ellas está la derogación de las leyes que obligaban a las empresas a garantizar el abastecimiento interno de alimentos y a los supermercados a señalizar los precios más bajos de algunos productos básicos. Milei también elimina las normativas de promoción industrial en zonas desfavorecidas, la ley de alquileres que regulaba los aumentos para los inquilinos y la legislación que impide la privatización de empresas públicas, que pasarán a ser sociedades anónimas.

Desde este jueves, los clubes de fútbol podrán ser sociedades anónimas, los extranjeros no tendrán límites para comprar tierras y se podrán hacer operaciones en dólares sin impedimento alguno.

El sistema de salud sufrirá cambios importantes. Los seguros privados podrán fijar libremente los precios a partir de ahora, mientras que los seguros vinculados a los sindicatos (conocidos como obras sociales) tendrán un marco regulatorio más flexible. Además, se establece la receta médica electrónica con el objetivo de agilizar trámites y reducir costes.

El decreto de Milei abre el protegido mercado argentino al mundo al eliminar muchas de las reglas que ponían trabas a las importaciones y a las exportaciones. La industria argentina, que ha gozado durante años de escasa competencia interna, será uno de los sectores más perjudicados, como ya ocurrió durante la década neoliberal de Carlos Menem (1989-1999).

Milei inició su discurso, retransmitido por cadena nacional de radio y televisión en horario de máxima audiencia, con una larga diatriba contra los políticos —a los que tildó de ser una “casta” endiosada— y la izquierda, a la que volvió a acusar de provocar millones de muertos en todo el mundo. El ultraderechista enviará además al Congreso una serie de leyes con cambios que no pueden hacerse por decreto presidencial. “Los diputados deberán elegir entre ser parte del cambio u obstruir el proceso de reformas más ambicioso de los últimos 40 años para que Argentina vuelva a ser una potencia mundial”, amenazó. No esperará a marzo, cuando comienza el año legislativo, sino que convocará a sesiones extraordinarias.

Uno de los caballitos de batalla de Milei es la desregulación del mercado laboral argentino, que mantiene normas muy beneficiosas para los trabajadores en blanco, el 30% del total. Varios gobiernos han intentado reformar la legislación laboral y han fracasado, pero el presidente apunta decidido en esa dirección. El decreto limita el derecho de huelga, elimina las sanciones por contratos irregulares, autoriza jornadas de hasta 12 horas diarias, aumenta el período de prueba y habilita cambios en las indemnizaciones.

Cacerolazos

Milei llegó a la presidencia con el voto récord del 56% de los argentinos y usa ese respaldo para pedir a los legisladores que aprueben el cambio de rumbo “que la gente votó”. Pero gobierna en una sociedad muy polarizada y con sindicatos y organizaciones poderosas que están dispuestos a plantar cara en las calles a cualquier recorte de derechos. La primera manifestación tuvo lugar la tarde de miércoles, cuando más de 10.000 personas tomaron el centro de Buenos Aires en medio de un enorme despliegue policial para protestar contra el gran recorte del gasto público anunciado, de unos 20.000 millones de dólares.

Tras escuchar la lectura del decreto presidencial, la protesta se reavivó entre la clase media urbana. Vecinos indignados expresaron su rechazo haciendo sonar cacerolas desde los balcones de Buenos Aires y de otras grandes ciudades del país. De a poco, los manifestantes se reunieron en las avenidas principales de cada barrio y cientos de ellos decidieron marchar juntos hasta las puertas del Congreso, donde muchos conductores tocaban la bocina en señal de apoyo.

Los manifestantes sostenían anoche que las reformas anunciadas no los salvan de las garras del Estado, como asegura el presidente, sino que quedan desprotegidos frente al poder irrestricto concedido al mercado. Milei respondió a las protestas en tono de burla: “Puede ser que haya gente que sufre el síndrome de Estocolmo. Están abrazados y enamorados del modelo que los empobrece. Hay gente que mira con nostalgia, amor y cariño al comunismo”. Los cacerolazos se popularizaron en Argentina en 2001, cuando estalló la peor crisis económica y social de la historia reciente del país.

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La oposición condenó con dureza un decreto que busca transformar de la noche a la mañana a Argentina en un estado liberal. Desde el peronismo, una de las voces más críticas fue la del gobernador bonaerense Axel Kicillof: “[Milei] se propone privatizar todo, desregular todo, destruir derechos de los trabajadores, arrasar con sectores completos de la producción, rifar los clubes de fútbol y el patrimonio de los argentinos. Todo esto, sin pasar por el Congreso que podría sesionar y discutirlo. Le faltó decir ‘democracia: ¡afuera!”, señaló. “Nuestro país asiste a un hecho de extrema gravedad institucional jamás visto”, señaló el expresidente Alberto Fernández, “el Poder Ejecutivo, en un acto de claro abuso de poder, ha avanzado sobre las atribuciones exclusivas del Poder Legislativo”. La izquierda pidió a los sindicatos que convoquen a una huelga general.

Tomado de: El País