Miguel López y su pequeña familia emigraron de Nicaragua hacia Costa Rica hace 5 años. Salieron del nido guiados por la ilusión de hallar mejores trabajos y garantizarles una mejor educación a sus tres hijos, pero lejos estaban de imaginar que en esta nueva nación, atormentada por sicarios que siguen sembrando el terror en la población, hallarían la muerte.

En un inicio se establecieron en San José, pero el bullicio de la enorme ciudad, los altos costos de la renta y la inseguridad los motivó a trasladarse a la provincia de Limón, un viaje de casi tres horas en bus desde la capital.

Allá los esperaba con los brazos abiertos la madre de su esposa, una señora de origen costarricense que les garantizó un techo en su espaciosa residencia, donde todos se sentirían cómodos.

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El viaje transcurrió sin pormenores, pues estaban acostumbrados a migrar y a adaptarse a los cambios que implica el éxodo de un migrante. Pero hace un año -después de instalarse en Limoncito-, sus vidas cambiarían por completo.

“El día más amargo”

Miguel empezó a laborar en un supermercado y también su esposa. “La vida les sonreía de nuevo”, al menos eso fue lo que pensaron, porque a mediados de febrero de este 2024, su esposa moriría víctima de un tiroteo cuando iban de regreso a casa.

“Primero oímos un ruido que pensamos era de algún motor viejo, pero luego vi que varios encapuchados se bajaban de un carro y empezaron a disparar. Fue así como bala perdida mató a mi mujer”, cuenta Miguel (nombre alterno) con la voz apesadumbrada.

Miguel relató que su mujer tuvo malos presentimientos desde que se mudaron a ese cantón pero no quiso parecer ave de mal agüero y se aferró a la protección de Dios. Sin embargo, el miedo a morir en la calle por los constantes actos de violencia que registra la zona debido a grupos delincuenciales al margen de la ley que se dedican al comercio de la droga, era una sensación que la acompañaba cada día.

“Y no estaba equivocada. Mi esposa me repetía que no se sentía segura y que tenía sueños extraños y que no quería dejar a sus hijos solos, huérfanos por el aumento de tiroteos y muertes en la zona, sin saber que la vida nos golpearía de esta manera tan cruel y que sus presentimientos se harían realidad”, explicó él con lágrimas en los ojos.

“Tiroteos a la orden del día”

La historia de Miguel y su esposa no son ajenas a la realidad que vive Costa Rica en materia de inseguridad.

Es más, medios reportaron el último tiroteo el martes 23 de abril de 2024, que tuvo como epicentro en un taller de Paso Canoas, frontera sur y dejó dos heridos graves.

Ante ello, Darío Medios consultó a un experto en seguridad, quien dijo que los índices de criminalidad en el país son alarmantes, “y el panorama está lejos de cambiar, pues la presencia de sicarios es cada vez más normal y los ajustes de cuentas ligados a la droga estarían cobrando la vida de más personas ante un Legislativo más enclenque, pasivo ante la ola de violencia”, enfatizó.

Cabe recordar que, la espiral de violencia en Costa Rica parece no tener fin. Lo más triste de esta problemática ha sido el caso de una niña de 4 años que fue asesinada junto a su madre en Limón y se convirtió así en la víctima más joven de este año de los homicidios de esa nación centroamericana, mismo que estaría relacionado a la droga, según afirmó Rodrigo Chaves en una conferencia de prensa el miércoles pasado, un día después del doble crimen.

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Chaves reaccionó indignado y aprovechó para también criticar al Parlamento por no haber avanzando en el plan para endurecer las causales de prisión preventiva y “de capturar y soltar a los criminales”. Incluso, aseguró que los policías conocen la ubicación de los sicarios y demás individuos relacionados al comercio de la droga, pero aceptó que las autoridades ameritan de herramientas legales con el fin proceder con las detenciones.

Dato de horror: San José es la que posee un mayor número de crímenes hasta el 17 de abril de 2024 con 70 asesinatos. Luego le sigue Limón con 60 y Puntarenas con 51 homicidios.