Costa Rica es el imán que atrae a miles de nicaragüenses a su nación. Es el país que albergaría a más de medio millón de pinoleros. Una tierra extranjera que Miguel Sánchez imaginó conquistar, pero antes debía pasar por el fuego de la adversidad para lograr sus sueños.

A sus 16 años y con el segundo año aprobado de periodismo, llevó algo más que ropa en su maleta. Llevó las ganas de sacar a su familia de la pobreza. Decisión que cambiaría por completo el sendero de su vida. Un sendero que lo forzaría a desafiar la muerte.

Se fugó 5 días antes del Día de la Madres junto a una vendedora y amiga de su mamá, quien residía desde 2005 de forma ilegal en la afamada Suiza de Centroamérica. He aquí su historia:

3 de la madrugada, 25 de mayo 2018. La mujer comerciante y entonces acompañante de Miguel, era su única cómplice de esa travesía clandestina. Ella conocía la ruta del inmigrante como a la palma de su mano.

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El bus se detuvo antes de llegar al puesto fronterizo de Peñas Blancas. La señora le puso las cartas sobre la mesa a Miguel. Le advirtió que lo peor podría suceder en caso de ser sorprendidos por la ‘migra‘.

“Caminamos de madrugada por un potrero. Sumergidos en el terror de ser atrapados por la policía”, narra Miguel con la respiración entrecortada al recordar encontrarse esa noche en medio de la nada bajo la luz piadosa de la luna.

Esa noche, la naturaleza parecía estar de fiesta al sentir la presencia humana en su libre territorio y dio la bienvenida a los intrépidos viajeros: los grillos entonaban melodías, las luciérnagas danzaban de felicidad como quinceañeras enamoradas alrededor de Miguel, el chico de piel morena y cejas tupidas que perseguía un propósito: Los sueños ticos.

Su mamá encomendó a la comerciante cuidar de su hijo, pero el futuro era impredecible. Ya puesto en el camino que lo llevaría al suelo costarricense, solo un milagro podía salvarlo de no caer en manos de la policía tica. Esa era su peor pesadilla. La angustia oprimía su pecho.

Mientras tanto, un vehículo aguardaba al amanecer en zona costarricense a fin de llevarlos a su destino final: San José, ciudad de la que tanto escuchó mencionar con admiración entre la población migrante.

San José era para él un suspiro de aire fresco que añoraba inhalar. Pero todavía faltaban kilómetros por recorrer. A Miguel se le cortaba la respiración al caminar y alzaba sus doloridos pies por encima del fango, las ramas de los árboles cortaban sin misericordia su piel reseca.

A punto de desfallecer, divisó el carro escondido entre la maleza. Parecía sacado de una película de terror, pero la táctica servía para no despertar sospechas.

“Cuando vi el auto, supe que lo peor había pasado”, expresa aliviado. No obstante, un presentimiento le abrumó. En sus adentros sabía que siendo menor de edad y sin documentos legales en un país cercano al suyo pero desconocido, nada sería color de rosa.

Aunque su madre esperaba por él en la capital, conseguir empleo y sostenerse a sí mismo, serían obstáculos que imaginó imposibles de superar.

Mojado de retos y sueños

Las mañanas frescas, tardes lluviosas y noches frías de San José transcurrieron en un abrir y cerrar de ojos. Mientras su madre se partía el lomo como doméstica, Miguel consiguió su primer empleo como lavador de carros, luego intentó trabajar en una carnicería, sin embargo, la realidad le daba golpes bajos y certeros: no era más que un necesitado joven indocumentado e inexperto al que nadie daría trabajo.

Por su mente pasaron pensamientos e ideas alarmantes. La desesperación lo estaba llevando al precipicio.

“Pensé en prostituirme, incluso me visualicé vendiendo drogas. Estaba tan harto de mi situación, que todo me parecía una salida justa, una excusa perfecta para conseguir estabilidad económica y mandar dinero a mi familia”, explica con mucho asombro y continúa:

“Me vine de Nicaragua porque al quedar bajo la tutela de mi abuela, mi vida era un martirio y la situación política del momento tampoco ayudaba”, señaló.

El presente

El adolescente que un día enfrentó la muerte al viajar como indocumentado, hoy se dedica al negocio de cuidar mascotas de manera profesional y es un masajista acreditado. Mantiene un acento nica muy influenciado por el tico porque arrastra la doble erre al hablar, distintivo lingüístico de un costarricense.

Además, su trámite de residencia está en proceso y tiene un permiso especial para vivir y trabajar en Costa Rica.

Su mamá retornó a Nicaragua en el 2020 luego de casi 10 años de laborar en el vecino país. Miguel echó también sus sueños de poder estudiar en Costa Rica en aquella maleta, y pese a que no pudo continuar sus estudios universitarios por razones migratorias, no se culpa por ello y prefiere pensar que aún es una meta posible de alcanzar.

Expresa con satisfacción el haber logrado construir relaciones amistosas y duraderas con varios nicaragüenses y costarricenses durante estos años.

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“Muchas personas de aquí tanto ticos como nicas-ticos me han extendido su mano amiga sin prejuicios sociales y sin denigrar mi procedencia. La discriminación no da lugar en las personas que sí son humanos. El enemigo de un migrante es otro migrante que se cree superior por un estatus», enfatiza.

Dato. Según expresó el economista Manuel Orozco a Darío Medios, el número de nicaragüenses que han salido del país ha sido sustancialmente alto como para haber dejado un hueco dentro de la la fuerza laboral de la nación desde 2018. Fecha en que explotó el descontento social contra el gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo.