Una joven aterrada se despierta una madrugada de abril de 2018. Por su cuerpo recorren manos ásperas que raspan su delicada piel como lija. No sabe si gritar o callar. Siente la respiración acelerada de un ser viviente chocar contra su cara, “la muerte”, pensó.

De repente, una mano callosa cubre su boca y la enmudece. Este podría ser el último día de su vida.

Esa joven es cargada por un intruso, que con cautela irrumpió en la humilde morada donde dormía ella y su anciana abuela. El monstruo de medianoche le susurró al oído guardar silencio, o de lo contrario la mataría.

El sujeto la llevó a orillas del viejo pozo en el cual ella solía jugar con muñecas de palos cuando era un niña, sin imaginar que ese hondo pozo se convertiría en el testigo mudo del aberrante acto planeado en su contra.

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Mientras tanto, su abuela y única protectora yacía inerte en su tijera de lona, sumida en un sueño profundo. La indefensa muchacha no pudo luchar contra las fuerzas de su descomunal oponente quien arrebató con lujuria su castidad y dignidad. Dignidad que volvería a encontrar a mil kilómetros de Nicaragua.

El amanecer desplazó de golpe a la despiadada oscuridad. El rocío acariciaba las hojas de los árboles chamuscados por el sol infernal de verano. Los guardabarrancos modelaban sus bellos plumajes encima de una rama seca de tigüilote. Los gallos entonaban sus melodías al unísono para dar comienzo a un nuevo día. Un día salpicado de sangre.

Amelia* apenas abrió sus ojos pensó que todo lo transcurrido era parte de una pesadilla. No obstante, la peor pesadilla apenas iniciaba.

Su abuela se levantó de costumbre a las 4 de la mañana a moler el maíz y preparar con sus manos las tortillas que a diario vendía para sobrevivir.

Después del asesinato de su hija a manos del padre** de Amelia, su único consuelo era su nieta, a quien siempre levantaba a las 6 de la mañana a fin de enviarla al colegio.

Ese día no encontró más que una cama vacía y la angustia le abrumó. Entre gritos y llanto buscó a su nieta en los alrededores de la casita construida de latas y plásticos.

Caminó hacia el pozo y encontró a su pequeña cubierta de sangre e inmutada.

»Mi niña, mi niña, qué te hicieron mi niña», fueron las palabras que escuché decir de mi abuela, relata Amelia mientras una lágrima rodaba por su mejilla al desempolvar recuerdos tormentosos.

»Lo peor de todo fue descubrir que mi propio tío me violó. Yo no pude identificarlo, pero mi abuela siempre sospechó de su hijo, porque en varias ocasiones vio que mi tío me observaba con otros ojos, con ojos de diablo, así le decía ella cuando le prohibió acercarse a mí», narra.

– Y él (tío) porqué regresó?- pregunté.

– Nunca lo supe. Mi abuela me dijo, que quizás él regresó por venganza-, contesta.

Según Amelia, la policía de su comarca, ubicada en la zona norte de Nicaragua y de la cual prefiere no revelar por temor a ser recordada, hizo las investigaciones y emitió una orden de captura, pero nunca lo atraparon. La tierra al parecer se lo tragó…

»Esa experiencia me destrozó el alma, y la vida me dio otro golpe difícil de superar cuando mi viejita murió dos años después de mi violación. Ella no pudo soportar el dolor y sé que no quiso dejarme sola, pero Dios se la llevó para darle paz», expresa entristecida.

Aquellas muñecas de palo hoy forman parte de una infancia feliz que Amelia atesora con apego. Después de la muerte de su nana, sumado al temor de ser encontrada por su tío, decidió emigrar a Guatemala.

A diferencia de Guatemala y Honduras, Nicaragua es un país con mejores índices de seguridad ciudadana, donde la inmigración es aún imparable debido a la pobreza y bajos sueldos.

Amelia lleva 11 años en el país chapín. Salió de la patria de Rubén Darío con pocas pertenencias y con el bachillerato completado.

»Luego de enterrar a mi abuela, una amiga*** del colegio que se había ido a Guatemala me dijo que me fuera. No la pensé dos veces. Agarré mi cédula y 800 córdobas que mi viejita me dejó en caso de emergencia. Me iba o moría. Temí por mi vida, estaba sola, nadie más cuidaría de mí. Mi abuela solo tuvo dos hijos, mi madre asesinada por mi papá y mi tío, el violador», explica entre murmullos.

“El nuevo rostro de Amelia”

Abril de 2022. Amelia dejó de ser la joven inocente y ahora supera los veinte años con una figura esbelta, pequeña y con una piel morena tensa, incompatible con las arrugas.

Sus rasgos trigueños y respingados son los de una típica joven centroamericana. Pero hoy, esa imagen resiente las secuelas del sufrimiento pasado y los retos del presente como supervisora de un restaurante: ha ganado peso, tiene cicatrices imborrables en su alma y ojeras provocadas por los constantes desvelos a los que se vio sometida desde el abuso sexual. Lo que sigue como siempre es su largo cabello crespo y negro.

Nunca se casó, pero acepta haber tenido a lo mucho 3 novios formales. Se considera una guerrera y emprendedora. Alega no juzgar al sexo masculino por culpa del hombre que casi destruyó su vida. Si, casi, porque salió del fuego para rehacer su vida en una tierra ajena.

– Piensas regresar algún día a Nicaragua?

– Tengo miedo a que ese demonio del pasado me encuentre y me mate-, responde.

– Pero él (tío), desapareció, nadie sabe donde está. Hoy las autoridades y organizaciones pueden brindarte más seguridad.

– No lo sé, prefiero no regresar, aunque me duele no poder ir a dejar flores a la tumba de mi abuelita. En mi corazón sé que ella lo entiende y estaría orgullosa de mí por lo que he logrado. Ya no soy una niña indefensa, peleo por mi vida y aconsejo a todas las mujeres hacer lo mismo, que denuncien el abuso sexual. No podemos quedarnos calladas, no podemos ser siempre víctimas, dice.

Según cifras de Instituto de Medicina Legal (IML) 2,600 niñas menores de 13 años fueron víctimas de violencia sexual en 2015 en Nicaragua.

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Amelia no solo es un nombre. Podría ser el nombre de todos. A sus 15 años fue abusada sexualmente por su tío materno. En la actualidad es una mujer agradecida y se considera afortunada de estar viva y pese a que vive en un país afligido por la presencia de pandillas, cuenta con un trabajo digno que le permite llevar un estilo de vida decente y legal.

Atrás quedó la casa de latas que la vio nacer y crecer junto al amor de su madre y abuela, ambas sepultadas en el mismo cementerio. Víctimas de un destino mortal.

Espera dar a luz a finales de 2016. Será un varón.

Amelia es una mujer que ya no vive aterrada. Es una mujer aferrada al fruto de un amor fugaz que se forma en su vientre.

*Se ha cambiado el nombre.

**El padre de Amelia se suicidó luego de matar de varias puñaladas a su cónyuge.

***Su amiga la recibió en la frontera y Amelia empezó a trabajar un día después en el restaurante que hoy administra.