Bianca Lisbeth Cárcamo Herrera tiene 28 años y diez machetazos en su cuerpo. Varios años atrás, el 18 de mayo de 2015, sobrevivió a la muerte. Botó el pelo, bajó de peso, se sometió a ocho cirugías y ahora intenta rehacer su vida.

Su relato es similar al de muchas mujeres nicaragüenses que vivieron o aún viven con un enemigo bajo el mismo techo.

Bianca está viva de milagro, pero hoy, narra los momentos más aterradores que afrontó mientras convivió con su cónyuge.

Ella estudió enfermería pero no pudo ejercer debido a que su pareja se lo impidió. Fue víctima de femicidio frustrado por parte de su compañero de vida, Wilmer Roberto Murillo Gómez, 31 años, un hondureño que intentó matarla al propinarle sendas heridas en el rostro, la cabeza, espalda y el brazo izquierdo.

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Murillo era un proveedor del hogar. Lo recuerdan callado y machista. Le prohibía asistir a fiestas familiares, hablar por teléfono, salir al pueblo y conversar con varones.

La noche que intentó matarla tuvieron una pequeña discusión. “Le dije que no fuera a buscar cigarros, que esperara a la mañana”, recuerda al agregar que lo vio entrar a la casa y sin mediar palabras salió con machete en mano.

Los hechos ocurrieron en la comunidad rural “El Bejuco”, a unos 25 kilómetros de Chinandega, sitio en el que las casas están retiradas. Por esa razón no tuvo auxilio de los vecinos y estuvo sin atención médica durante 12 horas, únicamente estaba con la compañía de sus dos hijos.

Recuerda que herida en el suelo llamaba a su marido para que la socorriera. “Oía la voz de mis hijos que me decían que estaba dormido. Supe que se colgó quince días después porque me lo contaron en Managua”, relató.

Herida de muerte, al amanecer, llamó por celular a su hermana. Durante ese tiempo fue asistida por sus hijos, quienes le pasaban agua y a ruego de su madre, alcanzaron cualquier pastilla que ella les pedía para mitigar el dolor en el cuello y en la cabeza. Pese a todo se desmayó debido a la pérdida de sangre.

“En busca de una luz al final del túnel”

“Esa noche me persigue como una sombra oscura porque el temor no se ha ido y los recuerdos van y vienen de mi mente”, apunta Bianca Lisbeth quien ahora se trasladó a vivir a la comunidad “Chorrera”, lugar donde las mujeres la apoyan y de donde pretender salir para incursionar al mundo laboral.

Su recuperación ha sido lenta. Salir a la calle le daba miedo, tiene constantes dolores de cabeza, ataques de ansiedad y episodios de retraimiento.

Tras suspirar dice que quiere seguir con su vida. “Quiero un empleo porque las heridas no me mataron, pero el hambre nos acecha”. Aunque cuenta con conocimientos en enfermería, nunca tramitó el título, documento sin el que no podría solicitar un empleo en el Ministerio de Salud.

“Pero quiero trabajar, necesito ocupar mi mente. A veces dudo, no sé si podré porque en ocasiones me duele mucho la cabeza. Me turbo. Padezco de insomnio. Él vuelve en mis sueños a atormentarme y siento miedo, pero debo seguir”, dijo en tono decidido.

“Un ejemplo para todas las mujeres”

El aspecto de Bianca es frágil. “Dios quiere que luche por mi vida. Quedé con vida por algún propósito, quiero que mi testimonio sirva como alerta para otras mujeres antes que pierdan su vida”, recomendó.

Para Juan González, psicólogo especialista en masculinidad, en estos casos es oportuno trabajar en el reconocimiento de los vínculos, el afecto, el cuido y el cariño para sí misma antes que entren en contacto con la sociedad porque las alternativas de trabajo contribuyen a que las víctimas se sientan ocupadas.

A criterio del especialista, las oportunidades de empleo son buenas cuando ya ha pasado un tiempo prudente.

En cuanto a los victimarios, el experto recomendó un tratamiento especial que implica conocer su niñez, sus apegos, la historia de su familia, sus traumas.

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González, quien imparte clases para prevenir la violencia en varias escuelas de Chinandega, asegura que para “reducir este fenómeno hacia la mujer se debe de hacer trabajo estratégico con los hombres, que implique nuevos modelos de respeto de los derechos humanos, la expresión de las emociones y la desconstrucción de los mandatos masculinos”, aconsejó.