Los golpes en su cara no sólo se los ha dado la vida, sino también la persona a quien Elena Castillo, a como prefiere ser llamada, idealizó sería el amor de su vida.

Esta es la atípica historia de una joven adulta con una carrera universitaria finalizada, que un 29 de febrero de 2016 conoció a Bruno Martínez, ese muchacho encantador de pelo negro y ojos picarones por los cuales muchas mujeres deliraban en la preparatoria.

Ella, si sentirse tan atractiva como otras chicas en su entorno, tenía lo suyo: blanca, un metro setenta de estatura, cintura de quinceañera y sobresaliente en sus estudios.

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Sin embargo, Elena sigue firme en creer que la belleza es una cuestión subjetiva. Unos la tildarían de bonita, pero aburrida por su extrema timidez, y otros quizás pensarán que es la personificación de la belleza norteña de Nicaragua.

Los pretendientes nunca faltaron. Su crianza la marcó de por vida. Una madre con oficio de médico, sumisa a un marido holgazán y borracho sometía a madre e hija única a repetidos abusos psicológicos y físicos.

De esta forma, la infelicidad fue el común denominador de la familia por casi dos décadas.

La madre, a pesar de ese apego a su hogar y su trabajo, en su vida siempre había una constante, la soledad, misma que la llevó a suicidarse y envenenar a su esposo.

Una carta de despedida escrita a mano fue hallada por Elena en sus cortos 19 años. Ella, desde los 18 impartía clases de inglés por las tardes en un colegio capitalino de renombre y así aprendió a vivir con el dolor y acostumbrarse a las visitas esporádicas de su abuela materna, quien le había heredado en vida una modesta, pero fructífera finca cafetalera localizada en las brumas de Jinotega.

El ciclo se repite

Ese 2016 es año bisiesto, y no precisamente significa un día extra en el calendario ni ajuste de estaciones, para Elena es un día donde todo conspiró contra ella.

Todavía recuerda la última tarde del 29 de febrero de cuando Bruno la encontró en el parqueo de la prepa y sin mediar palabras le lanzó un piropo, una técnica de cortejo que a su juicio aún le parece absurdo. No obstante, esta vez todo cambió, sintió un clic en su cuerpo que cambió el rumbo de su sentir; era Bruno quien la cortejaba, ese apuesto jugador de baloncesto del cual ella se creyó minúscula, insignificante.

Hasta el sol de hoy recuerda esa mirada penetrante de él que se convirtió en su punto de flaqueza.

Juntos caminaron hacia el apartamento donde ella vivía sola. Bruno le prometió el paraíso, pero primero la llevaría a vivir a ese ciclo infernal de amor disfrazado de violencia donde muchas mujeres quedan atrapadas y les he difícil salir.

La sonrisa se fue borrando de su rostro y el aislamiento fue cobrando fuerza hasta sumirla en una profunda depresión y ansiedad. Los celos enfermizos y control desmedido a los que se vio sujeta, fomentaron sentimientos de culpa y un llanto interior le carcomió igual a cáncer terminal en un cuerpo sano.

Se vio obligada a satisfacer las necesidades sexuales de Bruno sin su consentimiento, aguantar golpes en partes de su cuerpo no detectables a la vista humana.

Los insultos empezaron desde la primera cita.

´´Engordaste como cerdo en menos de una semana´´, ´´pareces puta con esa falda tan corta´´. Elena se enganchó demasiado a la relación, y ese aferro la condujo a una dependencia moral casi absoluta. Estaba tan vislumbrada que omitió las luces rojas del semáforo de la intuición que le advertían de un final desastroso.

Dos veces llegó febrero, y meses antes de un nuevo ajuste al calendario y equilibrio estacional, Elena rememoró la muerte de sus padres, y ese mismo clic que la hizo caer en una especie de encantamiento con Bruno le devolvió la claridad de su vida, y finalmente decidió abandonar el nido donde presumió construiría un hogar con jardín lleno de flores y no de espinas.

En seguida, corre hasta quedar sin aliento. Observa a todos los demonios en todos sus tiempos quedar atascados en el camino. Se promete un ¡ya no más! Mientras tanto, la llovizna temprana de la fase invernal empieza a descender de una nube gris y las gotas de lluvia le saben a caricia. Cada partícula de agua es parche curativo que viene a cicatrizar heridas de un cuerpo mutilado por la violencia. Vuelve a conocer de nuevo el significado de libre albedrío al apreciar el revoloteo veloz de un colibrí que succiona el néctar en una flor de Sacuanjoche que tiene la misma tez de su madre.

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Dato. Un total de 60 mujeres lograron sobrevivir a un femicidio en los primeros cinco meses de 2021, de acuerdo al más reciente informe del observatorio Católicas por el Derecho a Decidir. Un femicidio frustrado, según las defensoras de derechos de las mujeres, es aquél cuando la víctima sobrevive a un femicidio. La mayoría de estos casos quedan en la impunidad, este no fue el caso de Elena, cuyo agresor fue enviado a prisión por tentativa de femicidio y violación sexual y cumple una sentencia de diez años. Alza tu voz.