Nicaragua comparte al menos 200 kilómetros limítrofes con Honduras, lo que da pie a la preocupante amenaza de que 22 mareros hondureños, prófugos desde el pasado once de mayo, huyan hacia nuestros país a través de puntos ciegos.

Esta frontera se comparte con el puesto El Guasaule, departamento de Chinandega, donde una parte del territorio es ampliamente controlado por policías y soldados, pero también existen sitios que coinciden con El Triunfo, área hondureña o comunidades nicaragüenses como Palo Grande o Vado Ancho, donde se conoce extraoficialmente se aumentó el patrullaje, como parte del aumento de las medidas ante el amenazante ingreso de pandilleros de alta peligrosidad.

Y es que las autoridades hondureñas atraviesan una de sus peores rachas con esta fuga, incluso ofrecen jugosas recompensas por información que lleve a la recaptura de los sujetos, mientras este martes trasladan a centenares de reos vinculados a las “maras” hacia una cárcel nueva.

Pero el temido “efecto cucaracha”, término utilizado por sociólogos para la migración de pandilleros hondureños o salvadoreños hacia países fronterizos, es una amenaza que pende sobre el país desde hace una década.

En el 2010, autoridades salvadoreñas alertaron al país sobre del ingreso de pandillas por el Golfo de Fonseca. Hace siete años, también se conoció de la formación de células delictivas en la Villa 15 de Julio y hace cuatro años dos peligrosos hondureños vinculados a “maras” fueron retenidos en Chinandega y devueltos a sus países.

Con tales antecedentes, se refuerza un “muro de contención” que hasta hoy ha evitado que peligrosas pandillas que han doblegado tres países centroamericanos se instauren también en Nicaragua.

En el caso particular de Honduras, la tasa de homicidio a manos del crimen organizado suma 97 víctimas por cada cien mil habitantes, según el último Informe de Desarrollo Humano. Mientras, en la región centroamericana se estima la muerte de unas 70,000 personas por dicho flagelo.