Desde su retorno a la Presidencia en 2007, el comandante Ortega proclamó que “el 50% del poder” lo compartiría con su esposa Rosario Murillo, ahora candidata a vicepresidente, y esta ha sido la única promesa que ha cumplido a cabalidad. Amparada en su rol como copresidenta de facto, Murillo ha compartido el poder con su esposo desde su cargo como jefa del inexistente “Consejo de Comunicación y Ciudadanía”, mientras todas las decisiones se mantienen centralizadas de forma absoluta en la pareja presidencial.

En el proceso de implantación de este sistema de ordeno y mando, primero fue necesario decapitar a los asesores políticos y colaboradores que acompañaron a Ortega mientras fue líder de la oposición durante más de dieciséis años, siendo el más notable Dionisio “Nicho” Marenco, negociador del pacto con Arnoldo Alemán, alcalde de Managua (2004-2008), y artífice de la apertura de relaciones económicas con la Venezuela de Hugo Chávez.

Separado Marenco de un tajo de la cocina del nuevo régimen en los primeros meses de 2007, en 2011 le tocó el turno al poderoso coronel en retiro Lenin Cerna, exjefe de la Seguridad del Estado en los años ochenta y secretario de organización del FSLN desde 1999. Así quedó el camino enteramente despejado para el sistema de operadores del poder a secas. El equilibrio del poder entre Ortega y Murillo representa el secreto mejor guardado del régimen.

 Hay conflictos visibles, forcejeos, y pugnas legendarias que suelen paralizar la gestión de Gobierno sin que exista alguna otra explicación plausible. Los más experimentados sobrevivientes, aconsejan a cuadros y funcionarios no tomar partido ni alinearse en bandos, pues corren el riesgo de ser descartados como fichas en una ronda de negociación