La ciudad francesa de Lyon experimenta desde septiembre un sistema de microbuses autónomos de transporte público. Hay ensayos similares por todo el planeta.

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“Anda que si me llegan a decir que un día me subiría en un autobús sin conductor…”. Clarisse, de 39 años, está en Lyon visitando a su amiga Marie, de 37. Paseando por las orillas del río Saona en el barrio nuevo de Confluences, se han cruzado con los microbuses autónomos que recorren los diques y se han animado a probarlo. Como ellas, desfila a lo largo de la mañana todo tipo de público, desde abuelos con sus nietos en estas fechas de vacaciones escolares, trabajadores de las oficinas que se desplazan hasta la zona de restaurantes, jubilados que se suben cuando se cansan de pasear, turistas y todo tipo de curiosos. “¿Y bien, habéis atropellado ya a alguien?”, bromea una señora, al subir.

Los minibuses de la empresa Navya se lanzaron como un experimento de un año de duración en septiembre de 2016, recién ampliado hasta diciembre de este año, en esta zona que Lyon (380.000 vecinos) quiere convertir en el modelo de la smart city de mañana. Es la primera vez que circulan por la vía pública con pasajeros a bordo, aunque se trata de una zona peatonal de oficinas separadas del centro de la ciudad y del núcleo urbano.

Son dos mini-autobuses de casi cinco metros de largo por dos de ancho, uno naranja y otro blanco, sin conductor, con capacidad para 15 personas, eléctricos, que se recargan con un enchufe, una hora a medio día, y durante la noche. Tienen una autonomía de entre seis y ocho horas. En su interior ni volante, ni asiento de conductor: tan solo una cabina con unas butacas para tres personas a un lado, otras al otro lado, unos asientos reclinables a un costado y al otro las puertas. El techo es una suerte de cápsula abierta con grades ventanales a los cuatro costados.

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Recorren una distancia de 1,35 kilómetros, con tres paradas, haciendo de enlace entre el centro comercial, donde llega la red de transporte público de la ciudad, y la zona más remota de oficinas modernas, entre las que se encuentra la nueva sede de la televisión Euronews. Circulan a unos 20 kilómetros por hora, con capacidad de alanzar los 45 kilómetros por hora, entre las 7.30 y las 18.45 de lunes a viernes. Entre las medidas que estudia ahora la empresa está la de ampliar el horario al fin de semana.

“Esta es una zona de oficinas, que se reparten a lo largo de más un kilómetro y hasta donde no llegaba el transporte público. Hay un autobús pero pasa cada media hora, más no resultaba rentable”, explica Pierre Soulard, responsable de movilidad urbana de la metrópolis de Lyon. “Mucha gente elige ir a trabajar en coche por ese kilómetro de más que los separa de la parada de tranvía, nuestro principal objetivo eran esos trabajadores”, añade. “Lo que vemos es que no son los únicos que lo están usando, también están los habitantes de los barcos atracados en el Saona y mucha gente que viene a la zona a pasear”, indica. Entre 150 y 200 personas usan a diario los dos microbuses, un resultado que considera muy alentador.

La legislación actual obliga a tener un operador en el vehículo cuando este circula en lugares públicos para hacer frente a cualquier imprevisto. Pero el agente asegura estar allí sobre todo para acoger a la gente y explicar el proyecto. Maneja un pequeño joystick y un teclado de ordenador, con el que controla la apertura y el cierre de las puertas: la máquina podría hacerlo sola, pero necesita algo de tiempo para charlar con los pasajeros y recoger sus datos: nombre y lugar de residencia. Es un requisito de las autoridades para hacer una evaluación. La empresa por su parte ultima un primer balance.

Y no, los microbuses Navya Arma no han atropellado nadie. Disponen de una serie de sensores que inmovilizan el vehículo en caso de posible choque, el cual ponen a prueba cada poco tiempo algún despistado parado en esta zona de paseo, algún niño que corretea o algún perro que escapa a la vigilancia de su dueño. Entonces envía una señal al centro de supervisión y emite un pitido para avisar. Cuando se vuelve a despejar el camino, reinicia la marcha.

Para conseguir esto, primero hay que realizar la fase de cartografía, en la que unos operarios conducen manualmente el minibus por el recorrido para dejarlo grabado en su memoria informática. Lo hacen gracias a unos captores LIDAR (acrónimo inglés de detección por imagen de láser), que envían rayos luminosos a su alrededor para registrar los obstáculos en el camino (bancos, edificios y otros tipos mobiliario urbano), y un GPS de apenas dos centímetros de margen de error. Se suman los captores de odometría, que registran la posición de las ruedas durante la navegación. La precisión es tal que a simple vista, tras casi seis meses de experimento, se puede ver las huellas del recorrido en la calzada. Durante la conducción, los mismos captores LIDAR están constantemente barriendo la zona para detectar posibles movimientos, a lo que suma una cámara de vídeo situada en la parte delantera.

Pese a todo, el mismo modelo de microbus ha registrado un pequeño percance en otro de los lugares donde está siendo experimentado. Se trata de la ciudad de Sion, en Suiza, donde el pasado mes de septiembre el proyecto tuvo que ser suspendido durante dos semanas después de un incidente: el minibus chocó entonces con la puerta abierta de una camioneta de reparto estacionada. El golpe fue leve pero lo suficiente para encender las alarmas, aunque en la empresa aseguran que el problema está solventado. “Se trataba de un ángulo muerto que estaba fuera del 99,99% de casos que teníamos controlados, hemos hecho lo necesario para corregirlo”, explica Nicolas Crémier, director de la joven PYME francesa.