Las cuatro gallinas y el gallo que tiene Holver Zelaya en su patio son la única distracción de este campesino en la pequeña casa con piso de tierra en alguna parte de Managua. Prefiere no revelar su ubicación porque está escondido. Desde junio de 2018 en que las balas de paramilitares lo dejaron parapléjico, la vida de este hombre no es la misma.

Zelaya es un hombre de seis pies, hombros anchos, piel morena y golpeado por el sol de las largas jornadas de trabajo. Le encantaba montar a caballo y jugar béisbol. Eran pocos los que pudieron poncharlo alguna vez, dice, pero esos días quedaron atrás.

Este hombre permanece hoy en una silla de ruedas, la cual le ha sacado cayos y heridas en las manos. No puede trabajar y tampoco puede valerse por sí mismo. Mientras habla con Radio Darío, se pregunta a sí mismo qué le dará de comer a sus dos hijas de ocho y diez años.

“A veces les damos agua con pancito. Otras veces de los huevos que ponen las gallinas, y hay veces que sí no tenemos para comer del todo”, cuenta el hombre, que vive con su esposa Elba María Ortíz y quien tampoco puede trabajar porque debe estar pendiente del cuidado de él.

10 perdigones en el cuerpo

Holver llegó a Managua desde hace tres años junto a su familia, pero antes había vivido toda su vida en Puerto Príncipe, una comunidad del municipio de Nueva Guinea, en la Costa Caribe Sur del país.

Cuando se dio cuenta que sus tierras y su comunidad se verían afectadas por el proyecto del Canal Interoceánico en 2013, decidió unirse a los campesinos y protestar para que no le arrebataran sus tierras. En 2018, también se unió a las protestas antigubernamentales.

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Zelaya estuvo en el tranque de San Pedro de Lóvago, pero el 12 de junio de 2018 abandonó el tranque junto a un grupo de más o menos 20 personas e iban caminando por monte cuando un grupo de paramilitares salió de entre la maleza y los árboles. Era una emboscada.

“Ahí nos dispararon”, recuerda Zelaya, pero él no murió. Recibió 11 perdigones de escopeta, de los cuales todavía tiene 10 de ellos incrustados en parte de su brazo derecho y la espalda. Uno de los perdigones le rompió la médula espinal y desde ese día no puede caminar.

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Holver Zelaya durante su recuperación después de recibir los impactos de bala. CORTESÍA

Actualmente, Zelaya no puede defecar, así que lo hace a través de una colostomía, cuya bolsa tiene que estar siendo lavada constantemente por su esposa para que la pueda reutilizar. En el momento de la entrevista, Zelaya tiene ocho días con la misma bolsa que está visiblemente sucia. Cada bolsa de colostomía cuesta 220 córdobas, además de los 80 que cuesta la sonda por donde orina.

De vez en cuando, Zelaya logra vender una de sus gallinas en 200 0 300 córdobas, dependiendo de qué tan bien cuidada esté.

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Ayuda urgente para su hija

Para Zelaya su preocupación en este momento no es su salud, si no la de una de sus hijas que tiene más de una semana con fiebre y no ha podido encontrar a algún médico que le ayude a valorarla.

“Estoy muy afligido porque tengo una niña que tiene 8 días de estar con fiebre y un ronchero que le salió en la boquita. Una infección tiene y anda con dolor en la garganta y tiene reventado lo que es la boca por dentro”, menciona el campesino, a quien le urge que su hija reciba atención médica.

Además de ello, Zelaya está preocupado porque no ha podido terminar de construir su casa. Tiene algunas cosas como un refrigerador y un abanico, que según el hombre han sido regaladas “por personas de buen corazón que nos manda Dios”, pero el refrigerador en realidad está vacío porque no tiene nada para comer.