Rosario Murillo: el verdadero rostro del poder en Nicaragua
Mientras Daniel Ortega se repliega al silencio, Rosario Murillo afianza su papel como la voz dominante y el verdadero poder tras el régimen, imponiendo su discurso, su estilo y su control sobre las instituciones y la familia presidencial.
ESCENARIO NACIONALNACIÓN
DaríoMedios Internacional
10/21/20252 min read


El embajador de China, Chen Xi, finalizó su misión diplomática en Nicaragua. Durante el acto de despedida, cuidadosamente ensayado, Daniel Ortega cedió la palabra a Rosario Murillo, confirmando una vez más el desplazamiento del poder dentro del binomio presidencial.
El tono de Murillo dejó de ser el de una vocera. Ahora actúa y habla como una copresidenta, imponiendo una práctica que ya se ha vuelto rutina. Ortega aparece cada vez más como una figura ceremonial, un testigo silencioso que asiente mientras ella dicta las líneas del discurso oficial.
El poder en una sola voz
En el evento, las palabras de Ortega reflejaron resignación. Reconoció implícitamente que son Rosario Murillo y su hijo Laureano Ortega quienes manejan las relaciones estratégicas con China: madre e hijo firman convenios, negocian préstamos y controlan los acuerdos económicos. Ortega, en cambio, permanece ausente, reservado para apariciones públicas cada vez más escasas.
El poder simbólico, mediático y administrativo del país pasa por la voz y las órdenes diarias de Rosario Murillo. Desde hace años, ha tejido un modelo de mando personalista sustentado en tres pilares: Control absoluto de la comunicación estatal, Centralización de la lealtad familiar y uso ritual del lenguaje, con el que sacraliza su autoridad frente al aparato sandinista.
Un liderazgo de control y culto
Murillo ha transformado su papel en algo más que político, su presencia en los medios estatales es diaria, omnipresente y doctrinaria. Con un discurso cargado de misticismo, apela a conceptos religiosos y simbólicos para revestir su poder de legitimidad moral.
Mientras tanto, Ortega se diluye en la sombra, limitado a actos protocolares donde su papel es apenas figurativo. En la práctica, el mando, la narrativa y las decisiones reposan en Rosario Murillo.
Una imagen que habla por sí sola
En la ceremonia de despedida del embajador chino, la escena fue más reveladora que cualquier discurso: Daniel Ortega, callado, con la mirada perdida y gesto ausente. Rosario Murillo, encendida, firme, adueñada por completo del acto y del discurso.
Mientras él apenas asentía, ella dictaba el tono, el ritmo y el mensaje, convirtiendo lo que debía ser un protocolo diplomático en una muestra de poder absoluto, la cámara enfocó lo suficiente para dejar claro quién gobierna.
