Rosario Murillo poder en estado de rabia
Desde El Carmen, fuentes cercanas al núcleo íntimo del poder aseguran que Murillo está profundamente medicada. Entre ansiolíticos, estabilizadores del ánimo como Seroquel y sedantes como Rivotril, se mantiene en pie, en lo que parece más una cruzada personal que una gestión de Estado.
ESCENARIO NACIONALNACIÓN
Darío Medios
5/12/20253 min read


Murillo ha hecho del verbo un arma de destrucción emocional. Ha insultado a opositores, a activistas, a periodistas, a sacerdotes, a diplomáticos, a la belleza nicaragüense coronada en Miss Universo, a la Unesco, al papa Francisco y a cuanto ser o institución escape a su control.
Copresidenta, portavoz, poeta mística, mano de la represión, Murillo no gobierna: arremete, descarga, despotrica. No dirige, exorciza. Lo que sale de su boca en forma de comunicados presidenciales, monólogos radiofónicos o discursos televisados no es otra cosa que la expresión de una mente sitiada por fantasmas, enemigos reales e imaginarios, y una profunda —y peligrosa— desconexión con la realidad.
Desde El Carmen, fuentes cercanas al núcleo íntimo del poder aseguran que Murillo está profundamente medicada. Entre ansiolíticos, estabilizadores del ánimo como Seroquel y sedantes como Rivotril, se mantiene en pie, en lo que parece más una cruzada personal que una gestión de Estado.
Sus hijos, cada vez más relegados a roles de asistencia emocional, fungen de pararrayos a sus estallidos. Ella no gobierna junto a Ortega; intenta eclipsarlos, anularlo, quiere convertirse en Daniel. Mientras Ortega, cada vez más ausente, es una silueta cada vez más lejana, la omnipotente figura de Rosario, se aferra al micrófono, el que considera su arma.
Un discurso virulento, mordaz, emitido hace seis años
Rosario no solo atacó a opositores, sino que los llamó “destructores”, “poquedad”, “chingastes”. Esa fue una de sus piezas oratorias más recordadas, no por su fondo ideológico, sino por su agresividad. La verborrea de Murillo ha dejado de ser una herramienta propagandística para convertirse en un termómetro de su inestabilidad mental, es decir cada palabra refleja una fractura emocional.
En discursos recientes dedicados a despotricar contra el clero, Rosario llamó a los religiosos “diablos”, “servidores de Satanás” y “falsos representantes de Dios”. El tono mesiánico que adopta parece inspirado más en alucinaciones que en teología.
La médica psiquiátrica consultada para este perfil —bajo anonimato por seguridad— elaboró un diagnóstico no oficial a partir de sus imágenes, discursos y rutinas públicas.
Los hallazgos son alarmantes: delirios de grandeza, desconexión con la realidad, rasgos esquizotípicos, alucinaciones religiosas, y una dependencia crítica a fármacos estabilizadores del ánimo. Prácticamente un estado de psicosis funcional encubierta según especialistas.
Nadie Se escapa de sus ataques
Ha insultado a la comunidad internacional, ha atacado al SICA y a Costa Rica por no aceptar a su excanciller Denis Moncada como secretario general del organismo. En un gesto de delirio diplomático, acusó a San José de “usurpar funciones”, y dictó una respuesta llena de insultos y sin ninguna compostura institucional.
Los comunicados de Cancillería que lleva la firma de funcionarios como Valdrack Jaentschke, en realidad, llevan su voz: dictados al calor de la rabia, redactados sin diplomacia, publicados sin filtro. Las fronteras entre lo institucional y lo patológico se diluyen en ese delirio sostenido por aduladores y oportunistas.
Su última cruzada ha sido contra la Unesco. El crimen: premiar al diario La Prensa. Murillo lo calificó de “profanación a la soberanía” y acusó a la ONU de humillar a Nicaragua. En respuesta, retiró al país del organismo, sin medir las consecuencias para la educación, la cultura y el acceso a recursos internacionales. El costo de su ego se paga con libros cerrados, becas perdidas y aulas vacías.
La paz que Rosario predica con dientes apretados es una mordaza. La fe que invoca, una herramienta de manipulación. En su mundo de símbolos distorsionados y enemigos multiplicados, Rosario Murillo no gobierna una nación, sino que escenifica un drama íntimo donde el poder es el único antidepresivo.
En el reino de los espejos rotos, la imagen que devuelve el reflejo ya no es de una dirigente: es de una mente atrapada, peligrosamente armada con micrófonos, decretos y odio. Y nadie, ni la Iglesia, ni la Miss Universo 2023, ni la ONU, está a salvo de sus tormentas.

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