Ortega queda solo: Honduras cambia el tablero, Maduro se tambalea y el bloque sandinista se fractura

El aislamiento político del régimen Ortega-Murillo entra en su fase más crítica: Honduras deja de ser un aliado firme, Venezuela enfrenta un cerco militar sin precedentes y el viejo anillo de protección regional del sandinismo se desmorona.

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DaríoMedios Internacional

12/2/20253 min read

El mapa político de Centroamérica dio un giro inesperado este domingo y dejó al régimen de Daniel Ortega más solo que nunca. La suspensión del conteo de actas en Honduras y el empate técnico entre Nasry Asfura y Salvador Nasralla desplazó del tablero a Rixi Moncada, la candidata de Xiomara Castro, quien representaba uno de los últimos vínculos sólidos del sandinismo con la región.

Para Ortega cercado, sancionado y enfrentando una tormenta económica y diplomática sin precedentes este revés en Tegucigalpa no es menor: significa la pérdida de un aliado clave que durante años ayudó a lavar su imagen, a neutralizar condenas internacionales y a sostener un relato afín al eje Cuba, Venezuela y Nicaragua.

La relación entre Xiomara Castro y Ortega no era simbólica. Desde 2009, cuando el dictador nicaragüense respaldó a Manuel Zelaya en medio de su crisis de poder, el zelayismo se convirtió en un puente fundamental para el sandinismo. Castro calló ante las masacres de 2018, se abstuvo en votaciones clave y mantuvo una complicidad política que hoy se derrumba abruptamente. Con su debilitamiento electoral, Ortega pierde una pieza estratégica y se queda sin voz aliada en uno de los países más importantes del istmo.

El golpe hondureño coincide con el derrumbe simultáneo de otro pilar esencial del bloque autoritario regional: Nicolás Maduro. El régimen venezolano enfrenta un cerco militar, judicial y diplomático que no tiene precedentes en dos décadas. Estados Unidos ha desplegado operaciones aéreas y marítimas desde el Caribe, ha activado bases aliadas, ha aumentado la presión política y ha clasificado al Cártel de los Soles como organización terrorista, tocando directamente el corazón del poder militar venezolano. La posible desestabilización o caída de Maduro dejaría a Ortega completamente expuesto: sin respaldo ideológico, sin socio petrolero, sin aliado diplomático y sin un régimen espejo que sirva de contrapeso a Washington.

Mientras Honduras se inclina hacia un giro democrático y Venezuela tiembla ante la ofensiva estadounidense, Ortega enfrenta internamente su propio abismo. Estados Unidos está a días de decidir si Nicaragua será suspendida del CAFTA-DR, un tratado que sostiene más del 60% de las exportaciones del país y que es vital para la economía sandinista. Esa amenaza coloca al régimen en su punto más débil en décadas y aumenta la vulnerabilidad de una dictadura que ya no tiene quien la rescate.

Cuba, el aliado histórico, atraviesa su peor crisis económica en medio siglo y no puede dar soporte político ni económico. Bolivia tiene su propia inestabilidad interna. El Salvador tomó distancia desde 2018. México evita comprometerse. Y ahora Honduras que era el único gobierno del istmo que aún guardaba cierta afinidad con Ortega se desliza hacia una nueva correlación de fuerzas.

Nunca antes el régimen Ortega-Murillo había estado tan aislado, tan debilitado y tan expuesto.

Sin aliados sólidos, sin respaldo ideológico regional, sin margen económico y bajo el asedio constante de Washington, el dictador nicaragüense enfrenta el escenario que más temía: la soledad absoluta en el tablero internacional.

El bloque autoritario que lo sostenía por afinidad o conveniencia se resquebrajó, y por primera vez en años tal vez en décadas Ortega y Murillo miran alrededor y no encuentran a nadie dispuesto a defenderlos.

Ni en Tegucigalpa, ni en Caracas, ni en La Habana, ni en ninguna capital del continente.

La región cambia, los aliados caen, y el régimen sandinista queda solo, acorralado y sin red de protección.