“No hay paz en Murillo” y muestra su inestable estado emocional

En medio de la lectura de lo que parecía una lista de actividades gubernamentales, Murillo se trabó, confundida entre papeles. La voz se le crispó. Tartamudeó. Y finalmente estalló: “A ver, es que esto está un poco desordenado”, dijo en tono exasperado.

ESCENARIO NACIONALNACIÓN

Darío Medios

7/5/20252 min read

Rosario Murillo, codictadora del régimen Ortega-Murillo, protagonizó un momento de furia mal contenida durante su habitual alocución de mediodía, transmitida en cadena nacional. Lo que pretendía ser otro monólogo cargado de frases místicas y letanías sobre amor, fe y armonía, terminó exhibiendo su verdadera naturaleza: la de una mujer visiblemente desbordada por la ira, el control obsesivo y la contradicción.

En medio de la lectura de lo que parecía una lista de actividades gubernamentales, Murillo se trabó, confundida entre papeles. La voz se le crispó. Tartamudeó. Y finalmente estalló: “A ver, es que esto está un poco desordenado”, dijo en tono exasperado. Luego, un fuerte resoplido, el sonido de un objeto siendo arrojado y una profunda exhalación completaron la escena que logró filtrarse sin censura.

No fue una simple equivocación técnica, fue una fisura emocional, un lapsus que traiciona el discurso que intenta imponer a diario: uno en el que Nicaragua vive en “tranquilidad, luz y verdad”, mientras ella misma no puede sostener ni por cinco minutos una apariencia de calma.

Una paz fingida, una rabia real

Murillo se ha esforzado durante años por autopresentarse como una figura espiritual, maternal y pacífica. Invoca a Dios, a los ángeles, a la Virgen y al “amor victorioso” en cada discurso. Pero sus palabras están plagadas, casi en la misma proporción, de amenazas veladas, odio explícito y descalificaciones violentas hacia todo aquel que piense distinto. Es un doble discurso que la persigue: el amor que predica no alcanza a contener la furia que la gobierna.

Lo que ocurrió este viernes no es un incidente aislado. Es parte de un patrón más amplio que revela a una figura profundamente perturbada, con un temperamento volátil y una obsesión enfermiza por el control. Durante la rebelión de abril de 2018, fue Murillo quien dirigió los ataques verbales más agresivos contra los manifestantes, a quienes llamó “diabólicos, plagas del mal, seres tenebrosos”. Es también quien ordena las campañas de odio, los insultos sistemáticos desde los medios estatales y las represalias contra cualquier expresión de disidencia.

Poder absoluto, sin equilibrio

El desgaste de Murillo es evidente, asume múltiples funciones en el Estado, emite órdenes, decide sobre asuntos culturales, religiosos, policiales, ambientales y hasta escolares. Su necesidad de control total la mantiene en un estado de tensión permanente, sin respiro ni moderación. Y en ese afán por dominar todos los aspectos del discurso oficial, cualquier mínimo tropiezo desata su enojo.

“No hay paz en Murillo”, dicen cada vez más voces dentro y fuera del país. Lo que se proyecta como espiritualidad es, en realidad, una máscara de hierro forzada por la propaganda. Su reciente pérdida de control en vivo solo confirma lo que muchos ya sabían: la mujer que exige silencio absoluto desde el poder no logra callar la tormenta que lleva dentro. Y en esa lucha interna entre el amor que invoca y el odio que ejerce, la verdadera Rosario Murillo se delata una vez más, ante toda Nicaragua.