Las Fracturas del Sandinismo: De la esperanza revolucionaria a cruel dictadura

La derrota electoral de 1990 ante Violeta Barrios de Chamorro significó un punto de inflexión traumática para el FSLN. La pérdida del poder desató una profunda crisis interna y aceleró la consolidación de distintas tendencias, dentro del sandinismo.

ESCENARIO NACIONALPOLÍTICA

Darío Medios

5/5/20253 min read

Desde sus inicios en la clandestinidad, hasta su actual encarnación como herramienta de una dinastía familiar, el sandinismo ha experimentó divisiones marcadas por luchas ideológicas, ambiciones de poder y una trágica desconexión con las necesidades del pueblo nicaragüense.

La derrota electoral de 1990 ante Violeta Barrios de Chamorro significó un punto de inflexión traumática para el FSLN. La pérdida del poder desató una profunda crisis interna y aceleró la consolidación de distintas tendencia, dentro de la organización política.

Sectores del sandinismo comenzaron a cuestionar el modelo de poder vertical y el vanguardismo que había caracterizado a la dirección del partido durante los años 80. De este proceso de autocrítica, aunque limitado en sus alcances dentro de la cúpula, surgió una demanda por democratizar el FSLN.

La evidente división del Frente Sandinista se materializó en 1995, con el origen al Movimiento Renovador Sandinista (MRS), posteriormente conocido como Unamos. Liderado por figuras históricas del sandinismo como el ex vicepresidente y escritor Sergio Ramírez y la comandante aguerrida Dora María Téllez.

De fervor revolucionario a lamentables fracturas internas

En la década de 1970, incluso antes de alcanzar el poder, el FSLN ya evidenciaba un final conflictivo supuesta diversidad ideológica. La Tendencia Proletaria, la Guerra Popular Prolongada y la Insurreccional representaban visiones estratégicas distintas sobre cómo derrocar a la dictadura somocista.

Estas diferencias, sumadas a las inevitables tensiones por el liderazgo dentro de un movimiento clandestino, sembraron las semillas de futuras divisiones.Las voces disidentes fueron marginadas y la estructura del FSLN se plegó cada vez más a su voluntad.

El MRS buscaba rescatar los ideales democráticos y progresistas que, a su juicio, se estaban perdiendo en el FSLN, Bajo el liderazgo cada vez más autoritario de Daniel Ortega. La convención constitutiva del MRS, celebrada simbólicamente en el centenario del nacimiento de Augusto César Sandino, impuso un camino distinto al sandinismo.

Las fracturas del sandinismo no son solo un recuento de divisiones internas, sino el testimonio de una tragedia histórica. El partido que encarnó las esperanzas de liberación de un pueblo ha terminado convertido en la herramienta de una dictadura familiar que ha traicionado sus propios ideales y ha sumido a Nicaragua en una profunda crisis política y social.

Borrar la memoria histórica

La dictadura Ortega-Murillo se ha dedicado a borrar cualquier vestigio del legado revolucionario, liquidando organizaciones no gubernamentales, movimientos sociales y medios de comunicación.

Muchas de estas organizaciones fueron frutos de la apertura y participación ciudadana que la revolución sandinista impulsó en sus inicios. Y que en los años 90, eran símbolo de la libertad y la creciente democracia nicaragüense.

El Ejército y la Policía, que debieron consolidarse como instituciones nacionales, han retrocedido a una lógica de lealtad personalista al servicio de un régimen familiar. El resto de las instituciones del Estado han sufrido una deformación similar, plegándose a los intereses de la pareja gobernante.

La desmedida ambición de poder de Rosario Murillo, enfocada en la construcción de un poder personal y un imperio económico, ha sido un factor clave en esta deriva autoritaria del partido Frente Sandinista.

Miedo y lealtades impuestas.

El maltrato a la militancia no es solo simbólico, se traduce en la imposición de líneas políticas sin consulta, en la exigencia de una lealtad incondicional en busca de súbditos, y en la amenaza velada o explícita para aquellos que osan cuestionar el rumbo del gobierno.

El partido que nació para liberar a Nicaragua de una dictadura hoy ejerce un control autoritario sobre sus propios miembros y sobre la nación entera. La falta de espacios para la crítica interna, las purgas y la promoción de una cultura del silencio y la sumisión es el diario vivir en el país.

Atrás quedaron los tiempos en que el debate interno, era un signo de vitalidad ideológica. Grandes asambleas de consulta a la militancia han quedado en el olvido. Lo que queda, es un FSLN controlado férreamente por Daniel Ortega y Rosario Murillo, donde cualquier palabra mal dicha es sinónimo de traición.

Aquellos militantes que enarbolaron con fervor las banderas del sandinismo en sus inicios, que se jugaron la vida por un ideal de justicia social y liberación nacional, hoy observan con desesperanza, cómo ese legado se ha desvirtuado.

La concentración de poder en manos de una familia, del enriquecimiento inexplicable de unos pocos a costa del bienestar de la mayoría, y de la erosión sistemática de las libertades democráticas por las que tanto lucharon, ha marcado el verdadero rostro del sandinismo, de Ortega y Murillo.