La economía de Nicaragua en 2024 refleja una creciente dependencia de las remesas enviadas por sus ciudadanos en el extranjero, un fenómeno que ha ido en aumento desde la crisis sociopolítica de 2018. Este flujo de dinero desde el exterior, especialmente desde Estados Unidos y Costa Rica, se ha convertido en un pilar fundamental para la estabilidad económica del país, a pesar del contexto de represión y deterioro de las condiciones de vida.
Según datos recientes del Banco Central de Nicaragua (BCN), el flujo de remesas acumulado al mes de junio de 2024 alcanzó los 2,477.8 millones de dólares, lo que representa un crecimiento interanual del 11.9 %. Este aumento es notable, ya que el país recibió un total de 2,215 millones de dólares en el mismo período de 2023. Este crecimiento refleja una tendencia sostenida, donde las remesas desde Estados Unidos continúan siendo las más significativas, alcanzando 1,113.6 millones de dólares, lo que representa el 83.3 % del total.
Sin embargo, lo que resulta especialmente significativo es el aumento del 20.3 % en las remesas provenientes de Costa Rica, un país que históricamente ha sido un destino principal para los nicaragüenses que buscan mejores oportunidades laborales. En el primer semestre de 2024, las remesas desde Costa Rica sumaron 185.9 millones de dólares, lo que evidencia un incremento interanual del 17.5 %. Estos datos subrayan la importancia de las remesas no solo como un recurso vital para las familias nicaragüenses, sino también como un factor clave para la estabilidad macroeconómica del país.
Un éxodo forzado y sus consecuencias
El contexto que ha impulsado este incremento en las remesas está intrínsecamente ligado al éxodo masivo de nicaragüenses desde 2018. La represión violenta de las protestas, el encarcelamiento de opositores y la persecución sistemática por parte del régimen de Daniel Ortega han forzado a miles de ciudadanos a abandonar su país. Gustavo Gatica López, investigador del Centro de Investigación en Cultura y Desarrollo (CICDE) de la Universidad Estatal a Distancia (UNED), señala que este fenómeno es resultado directo del deterioro de las condiciones económicas y sociales, combinado con un clima de opresión política.
El economista nicaragüense Enrique Sáenz también vincula este éxodo al repunte de las remesas. Según Sáenz, la salida masiva de nicaragüenses, que se estima en casi un 10% de la población en menos de tres años, ha alimentado un flujo constante de divisas hacia el país. Este fenómeno, aunque forzado, ha proporcionado al gobierno de Ortega una “tabla de salvación” económica en medio de la crisis interna.
Un salvavidas económico con consecuencias sociales
El impacto de las remesas va más allá de la mera transferencia de dinero. En un país donde los ingresos no han mejorado desde 2017, las remesas se han convertido en un salvavidas tanto para las familias como para el régimen de Ortega. Según Manuel Orozco, en su publicación “Indicadores sobre la situación económica Nicaragüense en 2023”, se proyecta que la dependencia de las remesas superará el 30% del Producto Interno Bruto (PIB) este año, afectando a aproximadamente un millón de hogares.
Este flujo de dinero ayuda a mantener el consumo interno, sostiene las reservas del Banco Central y mitiga el malestar social al descongestionar el mercado laboral, según Sáenz. No obstante, esta dependencia también implica que el régimen de Ortega se beneficia indirectamente de las remesas, ya que le permiten mantener una estabilidad económica a pesar de la falta de inversión extranjera y el estancamiento económico interno.
Un círculo vicioso: emigración y dependencia
La historia de Francisco, un nicaragüense que ahora trabaja como guarda de seguridad en Costa Rica, ejemplifica esta situación. Francisco envía entre 110 y 120 dólares mensuales a su familia en Nicaragua, contribuyendo al sustento de su hijo y sus padres. La decisión de emigrar fue impulsada por la falta de oportunidades y los bajos salarios en Nicaragua, una realidad que enfrentan muchos de sus compatriotas.
El caso de Francisco no es único. Miles de nicaragüenses han tomado el mismo camino, buscando mejores oportunidades en el extranjero, a menudo enfrentando condiciones laborales difíciles. En su país, Francisco trabajaba como guarda de seguridad en el Ministerio de Educación, con un salario que fue reducido gradualmente por el gobierno, hasta que decidió emigrar en busca de una vida mejor. Ahora, aunque trabaja en condiciones precarias, su ingreso en Costa Rica es significativamente mayor que lo que ganaba en Nicaragua, lo que le permite enviar dinero a su familia.
Este éxodo forzado y la dependencia de las remesas plantean una paradoja: mientras más personas abandonan Nicaragua, más aumenta el flujo de dinero hacia el país, lo que en última instancia beneficia al régimen de Ortega. Sin embargo, este beneficio es a corto plazo y no resuelve los problemas estructurales que enfrentan los nicaragüenses, quienes continúan viviendo en un país marcado por la represión, la pobreza y la falta de oportunidades.
En conclusión, las remesas se han convertido en un elemento crucial para la economía nicaragüense, proporcionando una estabilidad relativa en un contexto de crisis. Sin embargo, esta dependencia también perpetúa un ciclo de emigración y precariedad que, a largo plazo, podría tener consecuencias sociales y económicas aún más profundas.