Un documental para borrar crímenes: la nueva maniobra del régimen Ortega-Murillo

Medios oficialistas anuncian que este sábado 15 de noviembre se estrenará un documental que busca exaltar a Ortega como “líder histórico”, mientras oculta ejecuciones, torturas y desapariciones que lo mantienen bajo presión internacional.

ESCENARIO NACIONALNACIÓN

DaríoMedios Internacional

11/15/20254 min read

El régimen Ortega-Murillo anunció el estreno de un nuevo documental dedicado a Daniel Ortega, promocionado como material “histórico” y “cultural”. Sin embargo, el contenido y el momento en que se lanza revelan la verdadera intención: imponer una narrativa oficial, maquillar décadas de represión e intentar fijar una imagen heroica del mandatario justo cuando su figura pública se debilita y el régimen atraviesa uno de sus mayores periodos de aislamiento político y desgaste interno.

La producción aparece mientras el país enfrenta un deterioro acelerado del Estado de derecho, nuevas sanciones internacionales, informes demoledores de la ONU y una notoria ausencia física de Ortega, cuyo protagonismo ha pasado a manos de Rosario Murillo. Para analistas, el documental “no solo es propaganda, es un movimiento sucesorio”.

Una narrativa oficial que oculta crímenes de lesa humanidad

Aunque el régimen lo promociona como un material “histórico” y “cultural”, todo indica que el documental buscará construir una imagen idealizada de Daniel Ortega, exaltándolo como “líder trascendental” y “figura clave de la nación”. La producción se inscribe en la línea propagandística habitual del oficialismo, que utiliza audiovisuales, homenajes y discursos para reforzar el culto a la personalidad, especialmente en momentos de aislamiento político y desgaste interno.

Pero detrás de esa puesta en escena permanece silenciado todo lo que define su permanencia autoritaria en el poder: más de 355 asesinados durante la represión de abril de 2018, las ejecuciones de campesinos durante la Operación Limpieza, las invasiones armadas de colonos, ataques coordinados, masacres y desplazamientos forzados en territorios pertenecientes a los pueblos Miskitu, Mayangna, Ulwa y Creole, los sacerdotes encarcelados, desterrados o retenidos incomunicados, los presos políticos torturados en centros clandestinos, las desapariciones forzadas documentadas por la ONU, más del millón y medio de exiliados que huyeron del país en los últimos años.

Tampoco aparecen las madres que aún buscan justicia, los estudiantes que nunca regresaron a casa o miles de familias separadas por la violencia estatal. Ese es el documental que la dictadura nunca se atreverá a producir.

Propaganda en un contexto de aislamiento y de sucesión

El estreno del documental ocurre en un momento políticamente delicado y profundamente sintomático para el régimen.

Daniel Ortega, cada vez más ausente de la esfera pública, aparece únicamente a través de imágenes pregrabadas o transmisiones controladas. Su silencio prolongado ha sido llenado por la omnipresente figura de Rosario Murillo, quien no solo ocupa la vicepresidencia, sino que ha asumido el control total del discurso oficial y del aparato represivo del Estado.

Según especialistas bajo anonimato consultados por DaríoMedios, esta producción audiovisual no es simplemente propaganda interna: forma parte de una operación estratégica para preparar el terreno a una eventual sucesión dinástica.

Rosario Murillo ha trabajado durante años en construir un culto personalista alrededor de la figura de Ortega, presentándolo como “líder histórico”, “padre de la patria”, “comandante eterno” o “símbolo de resistencia”. Ese relato resulta fundamental para justificar lo que sería su llegada formal al poder en caso de que Ortega ya no pueda ejercerlo.

El documental se convierte así en un instrumento clave para convertir a Ortega en una figura “mítica”, un pilar simbólico que permita a Murillo legitimarse ante la base sandinista más fiel.

¿Es este documental una despedida anticipada de Ortega?

El tono solemne del documental, la narrativa casi testamentaria y la ausencia física del mandatario en actos relevantes han encendido las alertas sobre la posibilidad de que el régimen esté preparando una transición controlada.

En los últimos meses, Ortega ha desaparecido por largos periodos de la agenda pública, delegando todo el aparato discursivo a Murillo. La propaganda se ha intensificado para reforzar la imagen de un Ortega “vigoroso”, mientras fuentes internas señalan que la estructura de mando real está completamente en manos de Murillo y sus hijos.

El producto audiovisual aparece en un contexto marcado por informes devastadores de la ONU, investigaciones internacionales por crímenes de lesa humanidad y una creciente presión diplomática.

Ante ese panorama, el régimen necesita un relato que permita cohesionar a su círculo interno y dar estabilidad simbólica a un liderazgo que se muestra debilitado.

Ortega no necesita cámaras, necesita tribunales.

Porque mientras el régimen controla medios, discursos y pantallas, la verdad permanece en las voces de quienes sobrevivieron para contarla.

Permanece en las madres que siguen buscando justicia con fotografías apretadas entre las manos, en los estudiantes que escaparon de las balas, pero no del trauma; en los campesinos perseguidos por defender su tierra, en los periodistas silenciados que continúan informando desde el exilio; en los sacerdotes, laicos desterrados y en miles de nicaragüenses dispersos por el mundo que aún sueñan con volver.

Esa memoria dolorosa, digna y persistente es una fuerza que ninguna maquinaria propagandística puede enterrar. Porque el relato verdadero no nace de un guion oficial ni de tomas editadas: nace de los testimonios que el régimen intentó callar, de los cuerpos que el Estado quiso invisibilizar, de las historias que resisten incluso cuando la dictadura impone silencio.

Esa es la verdad que prevalecerá sobre cualquier producción oficialista. La verdad que atraviesa fronteras y que la comunidad internacional ya reconoce como un patrón sistemático de crímenes de Estado. Ningún documental podrá borrar las ausencias, anular el duelo o limpiar la responsabilidad de quienes ejercieron la represión contra todo un pueblo.