Leyendo comentarios me puse a reflexionar una vez más como de costumbre todas las mañanas.
Durante la Última Cena, Jesús conmemoró el acontecimiento sagrado para los judíos que recordaba la liberación después de 430 años de esclavitud en Egipto. A pesar que habían pasado cerca de 1,500 años entre el Exodo de Moises y el nacimiento de Jesús, Jesús no vino a instruir al pueblo de Israel que olvidara ese trágico episodio de su historia. ¡No!, todo lo contrario, no solo participó en la ceremonia validando su conmemoración, sino la redefinió consagrando el pan y el vino, y asimismo como ya lo venían haciendo, les pidió a los apóstoles que “hicieran esto en memoria” suya para siempre, dando continuidad a la conmemoración del acontecimiento y del nuevo significado.
Algo similar pasa con la tragedia del Holocausto. El pueblo judío jamás se ha propuesto o planteado olvidar ese episodio tan desgarrador de su historia. Incluso, construyeron o establecieron Yad Vashem, un monumento en nombre de las víctimas judías del Holocausto perpetrado por los nazis, para NUNCA olvidar.
Hago mención sobre esto como ejemplo ya que, hasta el día de hoy, no puedo entender como unas pocas personas quieren silenciar, censurar a todos aquellos nicaragüenses que decidimos recordar o mencionar uno de los episodios más oscuros de nuestra historia, como fueron las atrocidades cometidas contra el pueblo nicaragüense por la dictadura sandinista en la década de los 80. ¿Con que derecho y moral vienen a demandar semejante cosa? Nos estamos enfrentando hoy en día al mismo monstruo de aquel entonces con la única diferencia que en aquellos tiempos nos enfrentábamos con un monstruo de 9 cabezas y hoy nos enfrentamos con un monstruo de dos cabezas. Y no solo nos quieren silenciar, pero también etiquetarnos como ciudadanos o personas llenas de resentimiento y odio.
Estos son algunos de los comentarios que he escuchado en los últimos 6 años:
“No hablemos del pasado, eso ya es historia”.
“Pasemos la página, borrón y cuenta nueva, por el bien de todos”
“No sigamos litigando el pasado”
Es un grave error caer en esta trampa.
Debemos recordar constantemente ese época oscura para no cometer los mismos errores del pasado, principalmente por el tema de la impunidad; porque vendrá el momento, tarde o temprano, donde un nuevo gobierno se enfrentará con la misma disyuntiva del pasado: “en el nombre de la paz, …” 35 años después, ¿que tal nos fue con esa estrategia cortoplacista?
Finalmente, leyendo el evangelio de hoy esta mañana. San Juan 18, 33b-37, Jesús les contestó: “Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad”. Estas palabras me han hecho recordar un articulo que leí recientemente sobre la dificultad que tiene el ser humano en enfrentarse a la verdad y en síntesis decía lo siguiente:
Abrazar la verdad, por más incómoda que sea, es esencial para el crecimiento personal y colectivo.
La búsqueda incesante de conocimiento, la voluntad de cuestionar nuestras propias creencias y la apertura a perspectivas divergentes son antídotos vitales para la complacencia de las mentiras confortables.
En última instancia, la paradoja de la verdad revela la fragilidad inherente a la condición humana. Sin embargo, solo enfrentando las verdades incómodas podemos aspirar a una comprensión más profunda y significativa de nosotros mismos y del mundo que habitamos.
En este viaje hacia la autenticidad, la verdad se convierte en la brújula que nos guía a través de la oscuridad, aunque a veces el camino sea intrincado y desafiante.
Las verdades incómodas son a menudo desestimadas y evitadas debido a su naturaleza disruptiva. Aceptar la verdad implica confrontar nuestras propias limitaciones, errores y la inevitable fragilidad de la condición humana. Este enfrentamiento puede resultar doloroso, amenazando nuestras percepciones preestablecidas y desafiando la estabilidad emocional que procuramos preservar.
Gran parte de la humanidad se encuentra atrapada en un dilema intrigante y, a veces, desalentador: la preferencia aparentemente innata por abrazar mentiras reconfortantes en lugar de enfrentar las verdades incómodas que residen en las sombras de la realidad.
Este fenómeno, arraigado en las complejidades de la psique humana, se manifiesta en diversos aspectos de nuestras vidas, desde las relaciones personales hasta las esferas más amplias de la sociedad y la política.
Así que, no permitamos que algunos nos censuren, peor aún que irresponsablemente como sociedad, nos olvidemos de aquellas atrocidades como las del presente, tengamos el coraje de enfrentarnos a la verdad por más incomoda que sea y no tengamos miedo de llamar al mal por su nombre.
Descendiente del exilio histórico