Murcia, España — Son las tres y veinte de la tarde, y en una pequeña tienda de abarrotes en el corazón de Murcia, Wilmer interrumpe sus labores para recibirnos.

Es su hora de almuerzo, y mientras conversa con nosotros, disfruta de su comida acompañado por la suave melodía de «Ojalá», una canción interpretada por un reconocido cantautor cubano llamado Silvio Rodríguez.

En su letra se deja escuchar un verso que emociona a este hombre. Su mirada se pierde mientras entre murmullos recita “ojalá pase algo que te borre de pronto. Una luz cegadora, un disparo de nieve…”.

Tras una agotadora jornada organizando productos recién llegados a la tienda, este nicaragüense de 50 años finalmente se toma un merecido descanso. Desde hace 20 años sí, convive con discapacidad en su cadera y uno de sus hombros, secuelas de un accidente que sufrió hace unos veinte años, nos cuenta.
Viajaba en motocicleta por un barrio de Managua cuando un vehículo no respetó la señal de alto y lo impactó. Desde entonces sufre de una leve discapacidad en su hombro y dificultades en la movilidad de su cadera.

A pesar de sus problemas de salud, envía mensualmente entre cincuenta y ciento cincuenta euros mensualmente a sus dos pequeñas hijas en Nicaragua, quienes están al cuidado de parientes cercanos en una ciudad al oriente del país.

Pensativo y con un rostro que refleja la nostalgia y el deseo de regresar a su país, piensa en las dificultades que ha pasado desde que llegó a estas tierras hace seis años, que no han sido pocas y agradece a Dios “por haber podido salir de Nicaragua y refugiarme en este país europeo», expresó.

Sí, el es uno de los miles de nicaragüenses que se han visto obligados a abandonar su país debido a la represión y persecución política ordenada por el régimen sandinista del Frente Sandinista de Liberación Nacional desde 2018, hoy bajo el mando de la familia Ortega Murillo.

Este ex trabajador de la administración pública tiene una profunda conexión con la ideología sandinista, habiendo crecido en un barrio de Managua donde el sandinismo siempre ganaba en tiempos electorales. Su padre, de extracción campesina, se unió a la guerrilla y posteriormente formó parte del Ejército Popular Sandinista tras el triunfo de la revolución.

Durante su juventud forjó una identidad propia y una ética de trabajo responsable. A finales de los 90 consiguió un empleo en una institución del Estado, donde trabajó hasta mayo de 2018, fecha en la que puso su renuncia porque lo querían obligar a asistir a las actividades del partido en contra de la población.

Ese día la orden que Sin embargo, su vida cambió drásticamente en julio de ese año cuando Wilmer regresaba de una marcha en contra de la represión gubernamental, cuando de repente una llamada de su amigo Fernando le advirtió que su participación en una entrevista había sido grabada por un vecino “que había subido el video de una entrevista” ofrecida a un medio de comunicación de Managua, al grupo de chat de los vecinos, y que el secretario político del barrio estaba recopilando información sobre los manifestantes.

“Yo me encontraba en la marcha del 28 de julio en apoyo a nuestros obispos. Mientras caminaba, varios reporteros de medios de comunicación tomaban imágenes de lo que pasaba en los alrededores. Hubo un momento en el que uno de los reporteros me detuvo y me realizó algunas preguntas. Procedí a expresarle mi descontento contra las reacciones violentas hacia nuestros pastores e iglesia, en contra de los medios de comunicación, y en contra de los manifestantes”, expresó Wilmer.

El lunes siguiente mientras se dirigía a su nuevo trabajo fue abordado por un antiguo profesor universitario que le alertó sobre el peligro que corría. Al salir del trabajo, fue interceptado por un vehículo sin placas, en el que reconoció a Freddy, un antiguo compañero de trabajo con quien nunca tuvo una buena relación. Nervioso, evitó el encuentro y se escondió en un establecimiento cercano.

Días después, mientras cuidaba de sus hijas, Wilmer fue confrontado por tres motorizados armados, uno de ellos conocido del barrio. Aunque lograron irse sin incidentes, el evento dejó a Wilmer profundamente preocupado por la seguridad de sus hijas. Dos semanas después, decidió denunciar los hechos ante el Centro Nicaragüense de Derechos Humanos (Cenidh). Sin embargo, al regresar a su casa, recibió una fotografía de él saliendo del Cenidh, lo que le obligó a huir del país hacia Costa Rica y posteriormente a España.

Han pasado casi seis años desde que Wilmer se exilió en Murcia. «Recuerdo mis días en Nicaragua con sabores dulces y amargos. Trabajé casi 20 años en la función pública, donde conocí a amigos que se convirtieron en familia. Pero también fui testigo de la corrupción y la represión del gobierno sandinista», reflexiona.

“En 2007 lo primero fue ver cómo compañeros de trabajo liberales que se burlaban de mí antes de 2007 por decir que yo era sandinista, ahora me pedían que les pasara la música de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Mercedes. Esos terminaron usando camisetas del Ché y bailando Zekeda. Fue lamentable todo eso, porque esos fueron los que me terminaron acosando después”, declara.

Después atestiguó cómo en los primeros meses comenzaron a inflar la planilla “con chavalos de la juventud sandinista a los que les pagaban el doble”, y eran quienes organizaban en sus barrios a otros chavalos para asistir a los eventos del gobierno, entre ellos marchas y rotondeadas.

“Lo peor fue ser testigo de la corrupción nefasta”, al referirse al caso del traslado de la administración del parque Volcán Masaya a manos del Ministerio de los Recursos Naturales y el Ambiente (Marena). Como un acto indignante lo califica, “todo porque ese es uno de los parques que más ingreso tiene. Sea por donaciones, boletería o servicios, es la joya de los parques”.

“Presenciar la corrupción que hubo con el tema de la construcción de una casa hecha con maderas preciosas vedadas propiedad de la exministra del Marena y diputada Juana Argeñal, fue causa de repelo”, expuso. Argeñal es la hija de Francisco Argeñal Papi (QEPD), mejor conocido como «Pancho Papi» y considerado en tiempos de la dinastía Somoza, la mano derecha de Somoza en la ciudad de León.

Lo más chocante para Wilmer fue el día que casi despiden a dos chavalas compañeras de trabajo que se opusieron a la injerencia del diputado Domingo Pérez, quien es directivo del Frente Nacional de los Trabajadores, y quien estaba dirigiendo el fraude en una elección del sindicato de trabajadores de la institución, y que terminó beneficiando a un trabajador recién llegado de su confianza. “Ese día aprendimos que no teníamos ni voz, ni voto, ni influencia, ni nada.

Todo lo que aprendí en ese momento fue que, de todos los ideales del sandinismo inculcados en mí por mis padres, esto que estaba viviendo no tenía nada que ver con eso”

A pesar de la música, de la historia, de los héroes y mártires, de amigos que murieron en la montaña, de amigos que asesinaron en la operación limpieza, Wilmer no guarda rencor en su corazón.

«Sé quién es el causante de todo esto que vivimos los nicaragüenses. Lucho diariamente para enviar dinero a mis hijas y espero el momento de regresar a mi país para construir una sociedad mejor», concluye con esperanza.