Las elecciones presidenciales del 25 de febrero de 1990 en Nicaragua no solo marcaron un hito en la historia del país, sino también en la del continente y en la historia de la democracia misma. Treinta y cuatro años después, estos comicios se han convertido en un marco de referencia para varios analistas al evaluar lo que podría suceder en Venezuela este domingo 28 de julio de 2024, en caso de que la oposición consiga una victoria significativa y se cumplan las predicciones de la mayoría de encuestas que definen como amplio favorito a Edmundo González frente al presidente Nicolás Maduro. Al observar los eventos de Nicaragua, se pueden prever diversos escenarios posibles para Venezuela un día después de las elecciones.
En Venezuela, la oposición se enfrenta a enormes obstáculos, incluyendo un entorno electoral adverso y la reticencia de un régimen que amenazó con un posible “baño de sangre” en caso de ser derrotado electoralmente. Sin embargo, una victoria opositora, respaldada por un fuerte mandato popular, podría abrir la puerta a una nueva era de paz y democracia en el país. La jornada electoral del 28 de julio tiene el potencial de ser un punto de inflexión, no solo para Venezuela, sino para toda la región, demostrando que incluso los regímenes más arraigados pueden ser desafiados y superados a través del voto, tal como sucedió en la Nicaragua de 1990. Pero, ¿qué podría pasar en caso de que la oposición gane las elecciones?
Reconocimiento y reacciones internacionales
Tras una madrugada de incertidumbre, tensiones y negociaciones, en febrero de 1990, la comitiva del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que había gobernado el país durante los últimos diez años, finalmente acató la voluntad popular de una abrumadora mayoría. Esta acción se concretó con una conferencia de prensa convocada a las 6:00 a.m. del lunes 26 de febrero, en la que Daniel Ortega, conocido entonces como “El Gallo Ennavajado,” reconoció su derrota electoral en las elecciones del día anterior. Ortega había sido derrotado por Violeta Barrios de Chamorro, quien obtuvo el 54.7 % de los votos frente al 40.8 % de Ortega. En su declaración, Ortega dijo: “Quiero expresarle a todos los nicaragüenses y a los pueblos del mundo que el presidente de Nicaragua y el Gobierno de Nicaragua va a respetar y acatar el mandato popular emanado por la población en estas elecciones”.
Volviendo a la actualidad, en Venezuela, si Nicolás Maduro decide aceptar una posible derrota, podría generar un ambiente de sorpresa y alivio, aunque también de escepticismo, dado su historial de retención del poder. Aceptar los resultados electorales significaría reconocer y acatar la voluntad del pueblo venezolano y permitir una transición pacífica hacia un nuevo gobierno.
Por otra parte, de negarse a reconocer los resultados, el Gobierno podría desencadenar una crisis política inmediata, poniendo en peligro la estabilidad del país y exacerbando las tensiones internas, regionales y globales. Las reacciones internacionales jugarían un papel crucial en este escenario, ya que podría desencadenar una ola de condena, sanciones, aislamiento y más migración.
El papel crucial de las Fuerzas Armadas
Una pregunta recurrente en los últimos días es el protagonismo que tendrán los militares en Venezuela una vez que se conozcan los resultados de las elecciones de este domingo, donde según las encuestas el candidato de la oposición, Edmundo González Urrutia, tiene grandes posibilidades de ganar. La Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) ha acumulado un poder significativo durante los 25 años de régimen chavista, y su papel será determinante en la aceptación o rechazo de los resultados.
El pasado martes 23 de julio, el ministro de Defensa, el general Vladimir Padrino López, quien lleva diez años en el cargo, trató de zanjar el tema, aunque sus declaraciones dieron lugar a la incertidumbre sobre las verdaderas intenciones de la cúpula militar.
El papel de las fuerzas armadas será crucial en Venezuela, tal como lo fue en Nicaragua. En 1990, las fuerzas armadas sandinistas aceptaron el resultado, se involucraron en las negociaciones y se comprometieron a respetar la transición. En Venezuela, si las fuerzas armadas deciden apoyar al nuevo gobierno, la transición podría ser más fluida, favoreciendo una estabilidad inmediata y permitiendo que la nueva administración tome el control sin mayores obstáculos. Sin embargo, si optan por permanecer leales al régimen de Maduro, el riesgo de un conflicto interno sería significativo, como ya el dictador chavista lo ha advertido.
Las reacciones y emociones de la población también jugarán un papel importante; mientras en Nicaragua hubo celebraciones y esperanza en las calles, Venezuela podría experimentar tanto celebraciones masivas como un posible estallido social, lo que complicaría aún más la situación política que desde hace años arrastra el país caribeño.
Desafíos políticos inmediatos
El proceso de transición no solo pasa por aceptar los resultados, sino también por cumplir todo un largo proceso hasta llegar al día de la toma de posesión, que será hasta enero de 2025. Una vez que transcurran los seis meses, y la oposición venezolana finalmente se convierta en gobierno, enfrentará de inmediato una serie de desafíos políticos. En primer lugar, deberá trabajar para estabilizar el país después de años de crisis; esto incluirá restaurar la confianza en las instituciones, liberar a los presos políticos y garantizar que se respeten los derechos humanos. Además, también representa un reto múltiple en cuanto a justicia transicional, Estado de Derecho e inversión pública.
La legitimidad del nuevo gobierno también dependerá de la masividad de los votos recibidos y la legitimidad que obtenga el proceso. Cuando asuma el mandato, dependerá en gran medida de su capacidad para implementar cambios significativos y visibles en un período corto. En Nicaragua, uno de los principales desafíos fue poner fin a una guerra civil. Violeta Barrios de Chamorro cumplió su promesa de abolir el Servicio Militar Obligatorio e impulsar el desarme de los grupos armados. Otro aspecto crucial de la negociación para sostener un gobierno democrático en el poder fue mantener en su puesto al jefe del ejército sandinista, general Humberto Ortega Saavedra -hermano de Daniel Ortega y actual preso político de la dictadura sandinista-, lo que ayudó a facilitar la transición, pero causó enormes grietas en la coalición antisandinista y desconfianza en la ciudadanía. La toma de posesión estaba programada para hacerse un mes después de las elecciones, un tiempo sumamente corto en comparación con Venezuela.
La oposición venezolana tendría como reto gestionar un proceso de transición más prolongado, lo que implica mantener la estabilidad y el apoyo popular durante varios meses antes de asumir oficialmente el poder. Durante este tiempo, será crucial implementar medidas que demuestren su compromiso con el cambio, la reconciliación y la reconstrucción del país, sentando las bases para una gobernabilidad efectiva y sostenible a largo plazo. De lo contrario, tendrá constantes asonadas del tamaño de sus opositores, caprichos y chantajes del ala radical de la izquierda chavista. Eso recuerda cuando Daniel Ortega reconoció su derrota en febrero de 1990; y aquel mismo día convocó a sus seguidores a “gobernar desde abajo”.
En ese sentido las declaraciones del hijo de Nicolás Maduro, Nicolás Maduro Guerra, fueron tácitas, señalando que de perder las elecciones este 2024 serán “un fastidio”.
Desafíos económicos y sociales
La economía venezolana, después de un tiempo de bonanza, cayó en barrena en los últimos doce años, y aunque en los últimos dos años ha mostrado algunos signos de recuperación, más allá de quien sea que salga victorioso en las próximas elecciones, los desafíos en ese ámbito no serán pocos. Entre los mayores retos que enfrentará el ganador de los comicios presidenciales de este domingo será mantener bajo control la inflación, una de las más altas del mundo, frenar la devaluación de la moneda, sacar la producción petrolera del estancamiento y rescatar la confianza de los inversionistas locales y extranjeros. Además de eso, la generación de empleo y el retorno voluntario de los migrantes será el pan de cada día para la siguiente administración, de haber un cambio.
En Nicaragua, el nuevo gobierno -de aquellos años a los que nos referimos- enfrentó un difícil proceso de ajuste económico con la ayuda internacional, ya que el país centroamericano experimentó una inflación histórica extremadamente alta, que alcanzó aproximadamente el 13,500 %. En la actualidad, Venezuela está sumida en una crisis económica profunda que necesitará de reformas urgentes y probablemente ayuda internacional para estabilizar la situación.
Mientras tanto, la gravedad de la crisis actual sugiere que la transición inicial podría ser caótica, con enormes desafíos económicos y sociales que requerirán soluciones rápidas y efectivas. En 1990, Nicaragua también sufría de sanciones económicas impuestas por el gobierno norteamericano, las cuales fueron levantadas al día siguiente de que Daniel Ortega reconociera su derrota, facilitando así la recuperación económica del país, previo a la asunción de Violeta Barrios. Un efecto similar podría ocurrir en caso de que Maduro acepte una posible derrota.
Además, el nuevo gobierno venezolano deberá abordar la crisis humanitaria. Millones de ciudadanos han emigrado en busca de mejores condiciones de vida, y será necesario implementar políticas que faciliten su retorno y reintegración social, económica, habitacional y hasta política. La estabilización social también pasa por la reconstrucción de servicios básicos como la educación y la salud, y la creación de empleo para reducir la pobreza extrema.
Vínculo histórico, recíproco y permanente
La experiencia nicaragüense muestra que, aunque el camino puede ser arduo, con el apoyo internacional y la voluntad política, es posible superar incluso las crisis más profundas y comenzar a construir un futuro más próspero y estable. En 1990, por ejemplo, Nicaragua recibió un apoyo crucial del Gobierno de Venezuela presidido en ese entonces por Carlos Andrés Pérez, quien no solo brindó asistencia diplomática, sino también técnica y financiera, consolidando la legitimidad del nuevo gobierno de Violeta Barrios de Chamorro y facilitando las reformas necesarias para estabilizar el país. Este tipo de solidaridad regional será igualmente vital para cualquier nuevo gobierno en Venezuela, ahora.
El estrecho vínculo que existe entre el actual régimen de Daniel Ortega y el de Nicolás Maduro significa que cualquier cambio significativo en Venezuela repercutirá directamente en Nicaragua. La esperanza de libertad y la posibilidad de un futuro democrático en ambos países están profundamente interconectadas. Un cambio de gobierno en Venezuela podría inspirar y fortalecer los movimientos prodemocráticos en Nicaragua, y en otros puntos de la región y el mundo, brindando un impulso crucial a las aspiraciones de libertad y justicia en la región a través de los votos. Pero la cuestión ahora es: ¿ganará la oposición en Venezuela este domingo? ¿Aceptará Maduro la derrota si esta llega con los votos?