Cuando Carlos era niño, los sueños de ser arquitecto se afianzaban cada vez que veía jóvenes con uniformes de construcción mezclando cemento en enormes máquinas que también ejercían funciones de levantar bloques gigantes para ir dando formas a grandes y pequeños edificios.

Quién diría que, 15 años después y al rozar los 18 años, se vería en la penosa situación de salir de su país: Nicaragua debido al estallido social que provocó marchas y protestas antigobiernos en abril de 2018, que poco a poco fueron reprimidas por agentes policiales y paramilitares dispuestos a matar a los manifestantes, en su mayoría jóvenes estudiantes que apoyaron a los ancianos que alzaron su voz en contra de las reformas al seguro social, aprobadas en un inicio por el gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo.

En abril de 2018, Carlos Martínez, cursaba el primer año de ingeniería civil en la Universidad de Ingeniería, UNI. Él solamente deseaba completar sus estudios y graduarse con honores para luego emprender su propio negocio. Sin embargo, las ruedas del destino iban en contra de todo pronóstico y la situación política, social y económica de Nicaragua empezaba nuevamente a tambalear y muchos pensaron que otra guerra civil se suscitaría. Ante ello, muchas universidades cerraron sus puertas y mandaron a los alumnos a sus casas, pues las calles estaban situadas y los tranques no permitían la libre movilización de la población en las principales ciudades del país.

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Los meses se convirtieron en años y el panorama se tornó oscuro, incierto, y muchos padres decidieron sacar a sus hijos del país por el temor de que otra guerra como la ocurrida en los 80 se volviera a repetir. Entre esos jóvenes estaba Fernando, quien a inicios de 2019 debió tomar la decisión más difícil de su vida: dejar atrás su estudios en la universidad, tomar una maleta y emprender el viaje peligroso hacia Estados Unidos en calidad de indocumentado.

En la piel y el alma iba grabado su Nicaragua, su familia, sus sueños de ser ingeniero, de construir su propio hogar y el de muchas familias. No obstante, la vida le tenía preparado otro papel que debía ejercer si llegaba con vida a EEUU.

Pensó que no lo lograría, pero al pisar el suelo estadounidense, lo recibió un familiar que rápidamente le consiguió un empleo en el área de construcción. Así, lo poco aprendido en las aulas de su universidad, le servirían para desarrollar con eficacia las funciones de ayudante en construcción. La nostalgia y la melancolía a veces le pasan factura, y es imposible retener las lágrimas cuando ve que está lejos de su nación.

“La migración jóven repercutirá en el país”

Darío Medios consultó al respecto al nicaragüense especialista en migración Manuel Orozco, quien explicó que la edad promedio de nicaragüenses que emigran es de 36 años.

“Estadísticamente las personas en edad universitaria [18-23] pueden constituir el 30% de la poblacion migrante, lo que significa 200,000 personas. Este dato es significativo porque ya el tamaño de la fuerza laboral en Nicaragua [gente entre 16-65] es del 45% de la poblacion”, puntualizó Orozco al hacer alusión a la edad del joven Martínez.

El joven Carlos se levanta todos los días a las 3 de la madrugada. El frío o calor en sus respectivas temporadas no es excusa para no laborar, pues con lo que gana le sirve para sostenerse en unas de las ciudades más caras de Norteamérica, es decir San Francisco, en California. Y también destina parte de su salario a su madre y se esfuerza por ahorrar en caso que deba regresar a Nicaragua en un futuro donde la libertad y la paz vuelva a reinar en su patria querida.

Su ejemplo es igual al de miles de jóvenes nicaragüenses que se exiliaron debido a las amenazas de muerta y de cárcel por parte del régimen sandinista, quien dejó claro que no toleraría sublevaciones en contra de su gobierno, ni a nadie que alzara la voz en contra de sus mandatos.

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Asimismo, la socióloga nicaragüense Elvira Cuadra enfatizó que “en los últimos años la crítica situación en Nicaragua ha provocado un fuerte desplazamiento de la población nica a otros países, sobre todo a Estados Unidos y por ende eso repercutirá en el desarrollo social y económico.

Para todos estos jóvenes exiliados, solamente existe una constante que no cambia en sus vidas, y es la de volver a su tierra, y quizás, ese deseo se cumpla cuando la dictadura de Daniel Ortega Y Rosario Murillo llegue a su fin.