La madrugada de hoy, martes 01 de octubre de 2024, hora local, marcó un nuevo capítulo en el conflicto entre Israel y Hezbolá, con el inicio de una invasión terrestre israelí en el sur de Líbano. A las 02:00 horas, el ejército israelí lanzó “redadas limitadas, localizadas y selectivas” contra objetivos de la milicia chií Hezbolá en la frontera libanesa. Estos ataques, según el gobierno de Israel, buscan neutralizar amenazas inminentes a las poblaciones del norte israelí.
La operación, denominada “Flechas del Norte”, ya venía desarrollándose desde el 23 de septiembre con bombardeos intensivos que provocaron más de 550 muertos en Líbano en pocas horas, la mayor cifra desde el fin de la guerra civil libanesa en 1990.
El gabinete de seguridad de Israel, dirigido por el primer ministro Benjamín Netanyahu, aprobó la incursión en respuesta a los persistentes ataques de Hezbolá, una organización respaldada por Irán que ha demostrado ser un adversario formidable en el pasado.
Israel argumenta que su ofensiva terrestre es parte de un plan metódico, desarrollado y ensayado por sus tropas durante meses, con el objetivo de desmantelar la infraestructura militar de Hezbolá, que incluye túneles y plataformas de lanzamiento de misiles.
Reacciones inmediatas y conflicto diplomático
El inicio de la ofensiva terrestre israelí generó una serie de reacciones diplomáticas y militares. Mientras Israel atacaba localidades estratégicas como Wazzani, Jiam y Marjayoun, las Fuerzas Armadas libanesas se retiraron a una distancia de cinco kilómetros de la frontera para evitar mayores confrontaciones. Simultáneamente, el suburbio de Dahiye en Beirut, una fortaleza de Hezbolá, fue objeto de bombardeos, forzando la evacuación de civiles.
A pesar de las advertencias israelíes, el portavoz de Hezbolá, Mohamed Afif, negó que soldados israelíes hubieran cruzado la frontera y aseguró que la milicia no ha participado en enfrentamientos terrestres directos. Sin embargo, esto contrasta con los informes israelíes de ataques sostenidos.
Estados Unidos, como principal aliado de Israel, ha mantenido una posición ambigua. A través del Departamento de Estado de los Estados Unidos de Norteamérica y el secretario de Defensa Lloyd Austin, Washington ha señalado que respalda los esfuerzos de Israel para desmantelar las capacidades de ataque de Hezbolá. Sin embargo, ha insistido en una solución diplomática para evitar una escalada incontrolada.
El portavoz del Departamento de Estado, Matthew Miller, mencionó la “presión militar” como una herramienta que podría facilitar la diplomacia, aunque también advirtió sobre los riesgos de errores de cálculo que podrían derivar en consecuencias no deseadas.
Hezbolá: entre la resistencia y la realidad
Hezbolá, que emergió como una fuerza significativa tras la invasión israelí de Líbano en 1982, ha aprovechado esta nueva ofensiva para reforzar su imagen de resistencia. Naim Qasem, el número dos de la organización, fue claro en su discurso, afirmando que “si el enemigo decide entrar por tierra, nuestras fuerzas están preparadas para la batalla”. Estas declaraciones llegaron en un momento de incertidumbre dentro de la estructura de liderazgo de Hezbolá, tras el asesinato de su líder, Hasan Nasralá, el viernes anterior.
Qasem evocó la guerra de 2006, en la que Hezbolá resistió a Israel durante 34 días y elevó su reputación en el mundo árabe.
No obstante, los recientes golpes sufridos por la milicia y el deterioro de la situación en la región ponen en duda su capacidad de sostener un conflicto prolongado con Israel en las condiciones actuales. La guerra en Gaza, iniciada hace un año tras un ataque masivo de Hamás, ha desviado la atención de Hezbolá hacia múltiples frentes, debilitando su capacidad operativa.
Además, el entorno geopolítico ha cambiado drásticamente desde 2006, con nuevas alianzas y dinámicas en juego, incluyendo la presencia militar activa de Estados Unidos y el papel cada vez más influyente de Irán.
Estados Unidos: despliegue militar en aumento
En paralelo a la invasión terrestre, Estados Unidos anunció el envío de miles de soldados adicionales y aviones de combate a Oriente Próximo para reforzar su presencia militar. Actualmente, cerca de 40.000 efectivos estadounidenses se encuentran desplegados en la región, número que aumentará a 43.000 tras los refuerzos.
Según el Pentágono, este incremento responde a la necesidad de proteger a las tropas ya desplegadas y, de ser necesario, defender a Israel.
Además del personal militar, Estados Unidos ha reforzado su capacidad aérea y naval en la región. El portaaviones Abraham Lincoln, que debía regresar a su base en octubre, prolongará su misión por un mes más, mientras que el portaaviones Harry Truman ya se encuentra en camino al Mediterráneo oriental. Estos movimientos buscan disuadir a Irán y sus aliados de cualquier intento de expandir el conflicto.
El riesgo de una escalada regional
El contexto de esta invasión está marcado por la creciente tensión en la región, donde actores como Irán, facciones iraquíes y el movimiento hutí de Yemen han intensificado sus ataques contra Israel y, en menor medida, posiciones estadounidenses. La cooperación entre estos grupos, conocidos como el “Eje de la Resistencia”, ha crecido en los últimos meses, con reuniones de alto nivel en Teherán y Bagdad para coordinar acciones regionales contra Estados Unidos e Israel.
Este entramado de alianzas y conflictos pone en riesgo no solo la estabilidad de Líbano, sino de toda la región. La invasión israelí en el sur de Líbano podría ser el detonante de una escalada mayor, con múltiples frentes activos y la posibilidad de que Irán se involucre de manera directa. A pesar de los intentos diplomáticos de Estados Unidos para moderar la respuesta israelí, la situación sigue siendo altamente volátil.
La invasión terrestre del sur de Líbano por parte de Israel marca un punto crítico en el conflicto, con implicaciones que podrían trascender las fronteras regionales. La comunidad internacional sigue de cerca los eventos, esperando que la diplomacia logre evitar una catástrofe mayor.