En un acto marcado por la exaltación del pasado revolucionario y la reafirmación del control político, el dictador Daniel Ortega ascendió la noche del lunes 02 de septiembre a seis coroneles al rango de general de brigada, el tercer mayor rango en la jerarquía castrense nicaragüense. Esta ceremonia, celebrada en la Plaza de la Fe San Juan Pablo II en Managua y transmitida en cadena nacional, formó parte de la conmemoración del 45 aniversario del Ejército de Nicaragua y subrayó la estrecha vinculación entre las Fuerzas Armadas y el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN).
Desde su regreso al poder en 2007, Ortega ha elevado a 41 militares al grado de general de brigada, según un análisis de las memorias anuales del Ejército y otras publicaciones oficiales. Con estos ascensos, Ortega refuerza un “tapón institucional” que mantiene la cúpula del Ejército alineada con su régimen, lo que refuerza la subordinación de las Fuerzas Armadas a sus intereses políticos. Los nuevos generales de brigada son Francisco Noel Jarquín López, Álvaro Francisco Rivas Castillo, Leonel Antonio Fonseca Mendoza, Marvin Antonio Paniagua Pineda, Vinicio Félix Chavarría Báez, y Marco Antonio Salas Cruz, quienes ocupan posiciones clave en la estructura militar.
Ascensos estratégicos en la jerarquía militar
Los coroneles promovidos a generales de brigada son Francisco Noel Jarquín López, Álvaro Francisco Rivas Castillo, Leonel Antonio Fonseca Mendoza, Marvin Antonio Paniagua Pineda, Vinicio Félix Chavarría Báez y Marco Antonio Salas Cruz. Cada uno de estos oficiales ocupa cargos clave dentro del Ejército, fortaleciendo la estructura de poder que Ortega y el comandante en jefe del Ejército, general de ejército Julio César Avilés, han cultivado cuidadosamente durante más de una década.
Jarquín López, quien ha sido uno de los segundos jefes de la Dirección de Información para la Defensa (DID) y jefe del Destacamento de Protección y Seguridad Aeroportuaria, es un personaje destacado dentro de las fuerzas armadas. Su ascenso se produce en un contexto de reestructuración interna de la DID, que incluye la destitución no oficializada del general de brigada Rigoberto Balladares Sandoval, quien lideraba esta dirección desde 2010. La salida de Balladares, promovida por Rosario Murillo, representa un movimiento clave para Ortega, quien ha estado ajustando las piezas en la cúpula militar para garantizar lealtades incondicionales en un momento de creciente aislamiento internacional y represión interna.
Consolidación del poder militar bajo el sandinismo
Durante la ceremonia, Ortega y Avilés reafirmaron la naturaleza sandinista del Ejército de Nicaragua. Avilés, en un discurso de más de 40 minutos, recordó los orígenes del Ejército, señalando que este nació en la lucha armada como un “Ejército del pueblo” y que tras la Revolución de 1979 se convirtió en el Ejército Popular Sandinista. Estas declaraciones no son casuales; más bien, sirven para reforzar la idea de que las Fuerzas Armadas siguen siendo un pilar fundamental del proyecto político de Ortega, a pesar de los cambios y desafíos que ha enfrentado el país desde la transición democrática de 1990.
La insistencia en la continuidad histórica y el vínculo con la Revolución de 1979 no solo busca legitimar el poder de Ortega, sino también enviar un mensaje claro a la oposición y a la comunidad internacional: el Ejército sigue siendo una institución profundamente comprometida con el sandinismo y, por ende, con la supervivencia del régimen actual.
El silencio oficial y la lealtad interna
Uno de los aspectos más llamativos del evento fue la falta de oficialización de la destitución de Balladares, un hecho que subraya la opacidad con la que operan tanto el Gobierno como las Fuerzas Armadas. La DID, bajo el mando provisional del coronel Álvaro Peña Núñez, un militar con estrechos vínculos con Rusia, representa una de las áreas más sensibles del Ejército, encargada del espionaje político y la represión interna. El silencio oficial sobre la salida de Balladares sugiere que Ortega y Murillo prefieren mantener un control estricto y discreto sobre los cambios en la estructura de mando, evitando posibles fisuras que puedan poner en riesgo su hegemonía.
Además, el ascenso de Jarquín López, quien se perfila como el sucesor natural de Balladares, refuerza la idea de que el liderazgo del Ejército está diseñado para ser monolítico y resistente a cualquier tipo de disidencia interna. Esta estrategia de ascensos y reestructuraciones parece estar dirigida no solo a fortalecer el control del régimen sobre las Fuerzas Armadas, sino también a asegurar que cualquier eventual sucesor en la jefatura de la DID comparta la misma lealtad incondicional a Ortega y Murillo.
Discurso de Ortega: justificación y reescritura de la historia
En su discurso de más de una hora, Ortega dedicó solo unos diez minutos a la conmemoración del aniversario del Ejército. El resto del tiempo lo empleó en reescribir los eventos de las protestas cívicas de 2018, ofreciendo una versión alternativa que justifica la represión ejercida por su régimen. Además, Ortega defendió la invasión rusa a Ucrania y elogió la cooperación militar con la Unión Soviética y, más recientemente, con Rusia. Este respaldo explícito al Kremlin, que ha suscitado críticas internacionales, no es solo un gesto de alineamiento geopolítico, sino también una reafirmación del modelo autoritario que ambos países comparten.
Ortega también arremetió contra los obispos nicaragüenses, a quienes acusó de ser “terroristas” por su participación en el fallido diálogo nacional de 2018. Esta narrativa busca consolidar la imagen de un enemigo interno que justifica la militarización del país y la continua represión de cualquier forma de disidencia.
La ceremonia del 45 aniversario del Ejército de Nicaragua fue mucho más que un acto conmemorativo. Representó un momento crucial en la consolidación del poder de Ortega dentro de las Fuerzas Armadas, un bastión esencial para su supervivencia política. Los recientes ascensos y la narrativa esgrimida por Ortega y Avilés reflejan un Ejército que no solo sigue siendo fiel al sandinismo, sino que también está cada vez más alineado con la visión autoritaria del régimen. En un contexto de creciente aislamiento internacional, estas maniobras dentro de las Fuerzas Armadas subrayan la determinación de Ortega de mantener el control a toda costa, utilizando el Ejército como una herramienta clave en su estrategia de poder.