Primero de septiembre de 1992, era una noche muy calurosa, los costeros de Masachapa apenas estaban conciliando el sueño cuando de repente escucharon unos ruidos extraños como si de varios camiones estaban entrando por las pequeñas calles de esta población.
Algunos vecinos salieron asustados de sus casas gritando que el mar se los iba a tratar. “Salgan, salgan que el mar nos va a matar”, gritaba un desesperado pescador mientras unas gigantes olas de unos diez metros de altura se levantaban y avanzaban sobre aquellas humildes casas. Eso era un armagedón.
En ese entonces Nicaragua apenas se recuperaba del conflicto armado de finales de los 80, cuando una nueva tragedia, está vez causada por la naturaleza, azotaba una vez más a esta población. El maremoto fue de 7.2 escala de Richter con un epicentro a 142 kilómetros al pacífico de Nicaragua.
Este sismo dejó severos estragos en toda esa franja, principalmente en Masachapa, El Tránsito, Poneloya, Puerto Sandino, Huehuete, Casares, la Boquita, Pochomil y las costas de Corinto. El mar se tragó viviendas, botas, hoteles, restaurantes y todo lo que encontraba a su paso, dejando un lugar afantasmado, reclamando cada palmo de tierra firme.
Esa fue una noche de horror que quedó grabada en la mente de muchos costeros, quienes fueron embestidas por las furiosas olas. Una calmado el mar, entre las tablas, zinc, paredes de piedras rebuscadas, solo se escuchaban lamentos, la mayoría pidiendo auxilio, rápidamente los que pudieron salvarse de la tragedia, corriendo a buscar entre los escombros algunos sobrevivientes. Esa noche nadie durmió, mientras las ambulancias y bomberos, junto a la población rescataban y trasladaban a los malheridos pobladores.
En minutos cambió una realidad
Esta situación fue tan desconcertante y desoladora que algunos pescadores contaron que ese día salieron a pescar mar adentro y por la noche no se percataron del apocalipsis que habían vivido sus amigos y familiares. Cuando este grupo de pescadores regresaron por la madrugada, pensaron que se habían equivocado de ruta porque no encontraron sus hogares ante un ambiente desolador. Las olas habían arrasado con sus casas y sus familias.
En Managua, en la zona de emergencia del hospital Lenin Fonseca, llegaba todo tipo de vehículos, hasta los camiones IFA, con decenas de heridos procedentes del balneario El Tránsito, incluso madres con niños entre sus brazos, lloraban ante esta tragedia sin precedentes. Se calcula que ese desastre natural dejó 170 personas fallecidas, 500 heridos y 13, 500 personas sin hogar, en tan solo unos pocos minutos.