Cada 15 de septiembre, Centroamérica conmemora su independencia del Reino de España, una celebración marcada por desfiles, música, civismo, pompones y la exaltación de símbolos patrios y eventos políticos. Sin embargo, esta efervescencia patriótica contrasta con la situación institucional y constitucional de varios países de la región, donde la democracia y las libertades civiles están en declive.
Desde el año 2007, el 15 de septiembre también es el Día Internacional de la Democracia, una fecha proclamada por la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para “promover los valores democráticos en todo el mundo”. Irónicamente, ese mismo año se marcó el inicio de un proceso de involución democrática en Nicaragua, país centroamericano que, en la actualidad, enfrenta uno de sus momentos más oscuros en términos de derechos y libertades, aquellos conceptos que más de 30 centroamericanos soñaron y firmaron un sábado por la mañana.
En 2024, mientras los otros países centroamericanos celebran 203 años de independencia, Nicaragua se encuentra sumida en un régimen autoritario consolidado bajo el mando de Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo. Este régimen ha erosionado profundamente las instituciones democráticas, suprimiendo la participación política y restringiendo las libertades civiles. Basta con ver la celebracrión de este año. El oficialista Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) cambió su usual rojinegro por el azul y blanco, para conmemorar en la Avenida de Bolívar a Chávez en Managua el grito de independencia, más solo que nunca.
La represión ha alcanzado tales niveles que la Bandera Nacional, un símbolo de identidad, ha sido convertida en un instrumento de control y represión. Está prohibida en cualquier otro espacio que no sea el oficialista, y nadie más que el Estado y sus fuerzas armadas pueden estar en las celebraciones patrias. Cualquier manifestación o persona que la utilice de forma disidente es criminalizada, lo que subraya la paradoja entre la exaltación del patriotismo y la negación de los derechos fundamentales.
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Retrocesos: un panorama global y regional
El retroceso democrático no es exclusivo de Nicaragua. Según el Índice de Democracia Global 2023, elaborado por la Unidad de Inteligencia de The Economist, América Latina y el Caribe es una de las regiones más afectadas por el deterioro democrático. El índice clasifica a 167 países y territorios en cuatro categorías: democracias plenas, democracias deficientes, regímenes híbridos y regímenes autoritarios. En su última edición, solo 24 países, que representan el 8 % de la población mundial, fueron calificados como democracias plenas, entre ellos Uruguay y Costa Rica en América Latina.
El informe destaca que dos tercios de los países de América Latina han visto descender sus puntuaciones democráticas, y la región centroamericana no ha sido la excepción. El Salvador, Honduras, Guatemala y Nicaragua han experimentado un deterioro constante en su calidad democrática, pasando de regímenes híbridos a autoritarios.
No hay independencia en los Poderes Judiciales o en las Fuerzas Armadas. Los Poderes Legislativos viven en constante conflicto o sumisos ante la mano dura y las violaciones de derechos constitucionales y humanos. “203 años después, nada de lo que soñábamos funciona, o al menos se encamina”, sentenció “Argueta”, un abogado autodenominado “integrasionista” consultado por Darío Medios Internacional.
Nicaragua: del régimen híbrido al autoritarismo absoluto
Nicaragua, en particular, ha sufrido el mayor retroceso democrático en Centroamérica. Lo dicen los índices sobre las libertades o la economía. Lo dicen las más de 400 personas desnacionalizadas y desterradas por el oficialismo desde 2018 hasta la actualidad. También lo subraya el control del FSLN sobre todas las instituciones estatales y las más de 40 universidades del sistema nacional. Lo que alguna vez fue una democracia híbrida ha devenido en un régimen autoritario absoluto. Desde 2007, la administración Ortega-Murillo ha desmantelado sistemáticamente cualquier vestigio de oposición política y los pilares que apenas se construían para solidificar al Estado, luego de los procesos de ebullición entre 1979 y 1989. Se ha inhabilitado a partidos y precandidatos opositores, se han encarcelado o exiliado a sacerdotes católicos, periodistas y defensoras de derechos humanos, y se ha alterado el sistema electoral, el sistema de justicia, la Constitución y muchas leyes para perpetuar el control del poder. Las instituciones estatales, militares, policiales, civiles y hasta deportivas están bajo el control absoluto del régimen sandinista, lo que deja a las y los ciudadanos sin opciones reales de cambio político. El país está como antes de 1821, o incluso peor.
Y ese germen se expande. En Honduras, por ejemplo, donde ya también mal gobierna la presidenta Xiomara Castro, las actividades patrias son vigiladas y “resguardadas” este domingo 15 de septiembre por el partido oficialista Libertad y Refundación (LIBRE), de forma paralela con la Policía, para, según el Estado, impedir un supuesto golpe contra Castro y su esposo, el expresidente, asesor presidencial y secretario de LIBRE, Manuel Zelaya.
Con elecciones generales previstas para dentro de 24 meses en Nicaragua, y a poco más de un año en Honduras, la posibilidad de procesos electorales transparentes y legítimos parece cada vez más lejana; menos real; más histórica. En lugar de fomentar un ambiente de competencia democrática, en la región, y en Nicaragua con particularidad, se ha profundizado la represión, criminalizando incluso el uso de símbolos patrios en contextos de protesta o disidencia mínima. Las fiestas patrias, que en otros tiempos simbolizaban unidad e independencia, han sido apropiadas, y cada vez tienen menos sentido.
Cierta ironía en la celebración
Mientras los desfiles llenan las calles de Tegucigalpa, San Salvador, Ciudad de Guatemala y San José, en Managua la represión y la censura sofocan cualquier intento de expresión disidente Porque solo los escogidos por el oficialismo pueden hacer patria. Las banderas ondean en un país donde los derechos fundamentales han sido suprimidos, y la democracia es un ideal lejano. El contraste entre la celebración de la independencia y la realidad política de Nicaragua es una ironía que no pasa desapercibida. La región, que en el pasado representó la lucha por la libertad, hoy enfrenta una crisis de derechos y libertades que solo ahoga y empeora, con Nicaragua como uno de los ejemplos más dramáticos de este retroceso.
Las perspectivas para la democracia en Nicaragua y el resto de Centroamérica son cada día y mes más sombrías. El régimen Ortega-Murillo ha consolidado un poder que parece inamovible, que se propaga, mientras las celebraciones patrias solo pasan por pasar, y cuando la posibilidad de un futuro más democrático sigue siendo incierta.